(…) mientras luchas contra viento y marea, adaptando, escribiendo y sometiéndote al yugo de la maquina de hacer billete (…)
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Hoy traigo uno de esos debates de la hora del vermú o del café, de preocupación o de asimilamiento: si tuviésemos que definir al cine por arte o por industria, ¿con qué palabra nos quedaríamos? ¿El cine es una industria dedicada en exclusiva a generar cantidades ingentes de dinero y que ha perdido los ingredientes que lo definen como un arte? ¿O es un arte que preserva su intención artística como objetivo sine qua non? Ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario.
Esta pregunta, en torno al cine y otras artes como la música o la escritura, es recurrente. Son varias las ocasiones que se ha posado delante de mí, sobre la mesa, esperando por mi parte una posición unilateral, y aunque mi sueño idealista abraza la idea artística, mis pies realistas se asientan sobre la industria.
La cuestión desde mi punto de vista, radica en el peligro de olvidar cualquiera de las dos caras de la moneda, es decir, una no debería vivir sin la otra. No se trata de elegir una únicamente sino que deberías hacer una película, sea cual sea su estilo, con todo el amor hacia el arte que puedas profesar, mientras luchas contra viento y marea, adaptando, escribiendo (sin perder la esencia) y sometiéndote al yugo de la maquina de hacer billetes. Evidentemente me encantaría decir que no es así, que todas las ideas son alcanzables, pero todos tenemos por desgracia, que trabajar para vivir (y nunca al revés). Si quieres dedicarte profesionalmente a un arte, tendrás que entender las reglas de juego del mismo.
¿Esto quiere decir que debas ser sumiso al poder del capital? No. ¿Dónde está el límite entonces? En la esencia de tu historia. El mayor peligro que puede cometer un/a guionista es enamorarse de su obra de manera que no sea capaz de adaptar nada, ni siquiera por fuerza mayor. El límite, para mí, está en la esencia de esa historia.
Sí, debido a los condicionantes de la industria, la producción puede condicionar nuestra obra hasta el punto de haberla reescrito y adaptado tanto, que el maquillaje cubra su rostro por completo. Ahí es donde no merece la pena continuar. ¿Por qué? Porque ya no tendrá nada de nosotros y la motivación que un día prendió la mecha de escribir esa historia, ahora estará apagada.
La segunda premisa sería «de algo hay que comer”. Ahí entra la problemática del entendimiento entre obra y producción de la misma. Por una parte es entendible que un/a productor/a, que pretende financiar una obra, busque su máxima rentabilidad. Va a invertir una suma importante de dinero y no quiere arriesgarse a no recibir beneficio suficiente, momento en el que la empatía del creador/a debe jugar bien sus cartas, para saber a qué renunciar y a qué no (a no ser que seas un/a director/a más que consagrado/a de manera que tu propio nombre encima del cartel suponga un valor seguro a la inversión).
Por otra parte, debería ser obligación del productor/a no entrar en la inversión de una pieza si los condicionantes que va a poner para su realización suponen una carnicería del alma del proyecto, porque cuando eso ocurra, lo más seguro es que la gente que vaya a ver esa película la olvide o quiera olvidarla nada más abandonar la sala del cine o el sofá de su casa, y eso es lo peor que puede ocurrir. ¿Por qué? Porque seguramente sea un artificio de recursos varios que solo permearán en la capa más superficial del equipo de rodaje (ya que carece de motivación) y del público, es decir, una lástima.
Por último decir que hoy en día parece que la cartelera solo lleguen “blockbusters”, comedias fáciles y cine de acción con premisas facilonas, ese “cine comercial” en resumidas cuentas, que sale siempre a colación del debate que inicia este artículo. Sin embargo lo que ocurre es simplemente que esas películas tienen un presupuesto para su publicidad y distribución mucho mayores que otras normalmente, pero muchas buenas historias siguen todavía llegando a la cartelera.
Por lo tanto si eres un lector que no busca eso precisamente, solo debes rascar un poco, explorar las listas, aplicaciones, libros y demás recursos que te ayuden a encontrar una buena película o un buen guion. Una pieza que te deje al menos un rato pensando en lo bueno que es lo que acabas de ver.
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