Con PEROS en la lengua

 Con PEROS en la lengua


Ay, el pero. Siempre tan revelador. A los discursos tramposos se les suele pillar por los peros. No hay mayor burladero que esa escurridiza conjunción. Casi nadie se declara partidario de Putin, pero… Ojo con el pero. Así pasa con mil cuestiones: casi nadie se declara partidario del terrorismo, ni racista, ni machista, ni homófobo, ni afín a tal o cual dictadura, pero… Cuidado con el mensaje que venga después. A veces la adversativa ni siquiera se formula de forma expresa: basta que la cháchara la destile entre líneas. ¿Ejemplos? A tutiplén. Entresacaré alguno de los últimos días.

Comencemos por ese sonrojante pero que enarboló el presidente de Castilla y León, para distanciarse de su vicepresidente. Como saben, García-Gallardo salió a explicar “el invierno demográfico” mediante la “hipersexualización de la sociedad” (cuando un vicepresidente no tiene qué hacer, con la hipersexualización mata moscas), y Mañueco debió tirar de consultores para encontrar la avispada solución. Esas declaraciones no alcanzaban a su gabinete de la Junta, dedujo. Las había pronunciado su vicepresidente, pero (ay, el pero) las había pronunciado en su condición de “representante de una fuerza política que sustenta el Gobierno autonómico”. Ohhh. Cuánto hallazgo. Cuánto ridículo.

Prosigamos con un Jorge Verstrynge que justifica la invasión de Ucrania. Este caballero, que en su momento fue mandamás de Alianza Popular y hoy camina por otros contrapuestos derroteros ideológicos, señala: “Rusia ha intervenido porque no le quedaba más remedio”. Así lo expuso la semana pasada en el canal 24 Horas de TVE. Verstrynge no diría que desea que mueran y miles de personas. Pero (ay, el pero) viene a contarnos esa infección de que Putin hizo lo que tocaba hacer; y sigue haciendo lo que corresponde. Tanto que se habla del discurso de odio, y no parece que los partidarios de Podemos agiten esa bandera contra uno de sus intelectuales de referencia.

Concluyamos con Pedro Sánchez, explicando la tragedia en la valla de Melilla. Como tocaba rendir pleitesía al autoritario régimen marroquí, su primera valoración fue contundente: todo había sido “bien resuelto”. Luego, al encontrarse sobradas críticas, matizó. Sin enunciar el pero, lo estaba enunciando (ay, el pero): había dicho lo que dijo, pero resulta que “no había visto las imágenes”. Fantástico. Cabe suponer que esas cabezas que le asesoran se sentirían aliviadas con la ingeniosa ocurrencia, aunque no nos han clarificado por qué entonces contamos con un presidente del Gobierno que opina sin saber, y habla con desconocimiento de causa. Un Gobierno que decía luchar contra la desinformación, y resulta que desinforma porque el propio presidente no ha puesto la tele. Se dice despacio.

Ay, los expertos peritos del pero. Ay, las peroratas de los peroristas sin escrúpulos. Ay, el perorismo… y su indecencia.



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