Porque te vas

 Porque te vas


Comenzaba el año 1976 cuando Saura llevó a los cines Cría cuervos. Hacía pocas semanas que había muerto Franco y la película, que combinaba el surrealismo con la crítica a la dictadura, popularizó un tema musical compuesto por José Luis Perales, escrito para Jeanette: Porque te vas. Muchos creyeron que esa veinteañera de aspecto vulnerable, de madre tinerfeña y padre belga, preguntaba en la canción por los motivos de su decisión a quien la abandonaba –por qué te vas−, cuando lo que realmente hacía era explicar lo mal que lo estaba pasando a causa de la ausencia de un antiguo amor que ya la había dejado plantada.

En España, aún nos preguntamos por qué el ciudadano Juan Carlos de Borbón se fue a la morería. Hace ahora diez años, un traspiés en Botsuana hizo que el respeto reverencial de la prensa sobre su figura saltase en pedazos. Muy pocas horas después de que una pandemia nos sometiera a posición fetal, la Casa Real hizo público que el Rey Felipe VI retiraba a su padre la asignación y que, además, renunciaba expresamente –como si pudiera hacerlo en vida del causante– a toda clase de herencia que de él procediera. Enigmáticas fundaciones radicadas en paraísos fiscales han servido durante años de abrigo al producto de toda clase de negocios opacos con gente muy poco recomendable. Frente a ello, la justicia ha venido zanjando cada caso a golpe de inviolabilidad, prescripción o regularización de quien fue Jefe del Estado durante casi cuatro décadas.

Calificar a Juan Carlos de Borbón tomando como única referencia su inculpabilidad ante los tribunales equivaldría a afirmar que lo único que existe en este mundo es el Derecho penal. Se habla mucho de la mujer del César, pero no tanto del César. Sus abogados lo han defendido sin miedo a reconocer los hechos y han logrado que prevalga su irresponsabilidad penal. No por ello han quedado ocultas sus vergüenzas, de las que asegura no tener que dar cuentas. Hace casi dos años ya recordé en este mismo lugar lo que dijo Óscar Alzaga sobre la hipótesis de un rey delincuente que se amparara en el artículo 56 de la Constitución: “nos encontraríamos ante el desprestigio y, por ende, ante el ocaso de la institución monárquica”.

Queda muy poco que explicar y sabemos bien por qué se fue. Porque se va, porque ya se ha ido, como en la canción, lo que ahora toca es hacer una evaluación de daños institucionales. Juan Carlos es hoy el demogorgon del trono que decora –si somos sinceros, francos y directos− la república de 1978. No digo yo que el Bribón no atraque en el puerto de vez en cuando, pero creo que los paseos triunfales por Sanjenjo, en olor de multitudes, se han acabado para siempre.



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