Las ausencias

 Las ausencias


Cuando se llega a cierta edad, es preciso vivir acostumbrándose a las ausencias. Y son las fechas señaladas las que avivan los recuerdos, de manera inevitable. Hoy es el cumpleaños de Fernando Marías. Siempre lo será, aunque él ya no esté entre nosotros. Nos dejó hace apenas cuatro meses, que pesan como cuatro siglos en las conversaciones cruzadas de tantos amigos y colegas a los que él ayudo, apadrinó, protegió y alumbró. Sin Fernando, ningún día es ya como antes, y todos llegan cargados de su ausencia. Pero es en días como el de hoy cuando el calendario enrojece con la pena y con la rabia de su pérdida.

Vivimos de espaldas a la muerte. Sin pensar, ni creer, que también nos tocará a nosotros. Pero menos aún que aquellos a los que amamos también se irán, a veces por sorpresa y aunque no les corresponda. Es en el momento en el que empiezan a morir nuestros imprescindibles, nuestros cómplices, nuestros partners in crime, cuando sentimos que la muerte lo delimita todo tanto como el amor. Y como la amistad que es, según los griegos, el amor más puro y generoso. Yo diría que no siempre, que es muy difícil ser dadivoso de manera constante y altruista en cualquier tipo de relación; por eso se celebra más a quien lo es, sin fisuras, por virtud aristotélica —que implica esfuerzo— o por característica de la personalidad. Como Fernando Marias, cuya capacidad para atender a sus amigos se multiplicaba de forma tan milagrosa como digna de agradecimiento por parte de todos nosotros.

Fernando siempre estaba, para todos. Y siempre tenía la palabra justa para nuestro ánimo, el sentido del humor para quitarle hierro a las situaciones más angustiosas y la convicción de que podía alcanzar la luna con la punta de los dedos si estiraba la mano lo suficiente, que contagiaba a los demás. Por eso le echamos tanto de menos. Por eso le recordamos todos los días. Y por eso nos enfadamos con el almanaque cuando nos advierte que ha llegado su día y no lo podemos felicitar. Si podemos felicitarnos , en cambio, por haberlo conocido. Y hacer proselitismo de su obra. Recomendarla con la pasión debida. Y descubrírsela a otros.

El mejor regalo de cumpleaños para nuestro Fernando, sería hacerle saber que aunque ya no esté, se le sigue leyendo. Que su última aventura literaria, Arde este libro, que tanto lo removió por dentro, sigue conmoviendo a cuantos la eligen y disfrutan, doliéndose en el propio dolor que Fernando dejó escrito.

Cuando se llega a cierta edad, es preciso acostumbrarse a las ausencias. Difícil aceptar la tuya, querido Fernando.



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