Fuegos artificiales

 Fuegos artificiales


Del susto y la sorpresa inicial, con un toque de angustia y miedo, hasta la admiración y la sonrisa. Así fueron recibidos los fuegos artificiales en el rostro y el corazón de una porción de Ucrania acogida en Proyecto Hombre Salamanca. El pasado viernes se vieron sorprendidos por toda una explosión de luz, color y sonido que poco tenían que ver con el horrible espectáculo de las bombas que allá en Ucrania continúan estallando, y no precisamente, en el cielo. Bombas que resuenan en la memoria de quienes tuvieron la desdicha y la fortuna de sentirlas muy cerca y salieron ilesos, al menos físicamente. Porque bien es verdad que las heridas del alma, el corazón y la mente, tardarán en cicatrizar si es que algún día lo logran. No tengo claro si realmente estamos haciendo todo lo posible para que así sea. No podemos conformarnos con una solidaridad impulsiva, a golpe de latido de corazón. Muchas veces más emotiva que resolutiva y que en el paso de los días se disipa o diluye como azucarillo en el café de un diabético. Apenas tres meses de solidaridad, tres eternos meses de una guerra cargada de intereses, como siempre, que se alarga sine die. No podemos permitirnos una solidaridad de fuegos artificiales, que sorprenden y emocionan pero desaparecen en el cielo. Estamos hablando de seres humanos, mujeres y niños sorprendidos a traición, robándoles la paz de sus vidas. Ucrania es la voz de tantos sin voz, en un mundo que hace oídos sordos a tantas otras guerras que salpican la faz de la tierra. Oídos sordos a otros refugiados, a otros “sin papeles”, a otras hambrunas, epidemias y pandemias. Una sordera cada vez más aguda, que estamos normalizando y se está convirtiendo en inmunidad de rebaño. Una sordera que nos impide oír hasta el grito de los más cercanos, en el barrio, en el piso de al lado o en el seno de la propia familia. Me rebelo contra un sistema que nos deslumbra con fuegos artificiales y desvía nuestra atención de lo realmente preocupante. Que haciendo ruido nos impide escuchar la voz de la realidad. Un sistema que dificulta cada vez más la posibilidad de saborear la vida intensamente o de tomar conciencia del olor a sociedad quemada. Un sistema con tan poco tacto, que le preocupan más los datos y estadísticas que el propio ser humano. Permítanme que sea un poco visceral, a riesgo de que alguien se ofenda y me envíe otro anónimo amenazándome, pero no podemos confundir acogimiento con estabulación y mucho menos con subvención. Estamos hablando de seres humanos que en sus maletas, junto con sus pertenencias, cargan con las consecuencias del absurdo y la estupidez humana. Seres humanos que no piden más que lo necesario, entre lo que hemos de incluir por humanidad y dignidad, calidad y calidez en el trato. Cuidado con los fuegos artificiales y las sorderas personales y sociales.



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