Exagerados del Arrabal

 Exagerados del Arrabal


Vecinos de barrio del Arrabal -en concreto de la cofradía de la Virgen de la Encarnación, su Patrona- se han empeñado en distinguirme como caballero de la Cofradía a la vez que a este centenario periódico que tiene en sus manos. Lo mío es una exageración a la luz de la lógica. Una publicación centenaria, con los trienios de méritos que eso acumula, frente a un colaborador que nunca se quemó con el plomo en los talleres.

Pero es lo que hay y me siento muy orgulloso porque la distinción me vincula a un barrio con mucha historia, así que pocas bromas. De entrada, la mejor panorámica de Salamanca se ve desde el Arrabal, como descubrió Anton van den Wyngaerde en 1570 cuando paró en Salamanca por encargo del rey Felipe II -no debió enterarse de cómo era cuando se casó en ella- para hacerle un dibujo de la ciudad. El resultado coloca en primer plano parte del caserío del Arrabal y allá al fondo a la ciudad. Quizá esté en el dibujo la Casa de la Mancebía, como está el convento de San Lázaro, lazareto salmantino; el osario judío y el mesón de Flores, como está la aceña que se quiere convertir en casa de comidas; y vaya usted a saber, porque el dibujo incluye a la iglesia de la Trinidad, que fue parroquial del Arrabal hasta los años cincuenta del siglo pasado cuando se abrió la nueva con pinturas de Genaro de No, que hoy es almacén de los pasos del Cristo del Amor y de la Paz. La parroquia ha vuelto a la vieja iglesia, sede de la Cofradía de la Encarnación.

Quien asediaba Salamanca debía verla desde el Arrabal, punto obligado para cruzar el Tormes por el Puente Romano. El barrio vio la llegada del tren que venía del sur; la aparición, por fin, de un nuevo puente, el Enrique Estevan, llamado así por su promotor; acogió globos, aviones y partidos de fútbol cuando el balón aún era de cuero; el mercado de ganado, que fascinó a los del NoDo, incluso, y un día llegó el Parador de Turismo, que puso muy de los nervios a la hostelería de entonces, y abrió una explosión urbanística que hubiese provocado desmayos en aquellos poetas que vieron en el Zurguén, cuyas aguas pertenecen al Arrabal, un paraíso.

Porque aquellos vates veían el Edén en ese paraje. Tal cual. Hablo de los Iglesia de la Casa, Meléndez Valdés, fray Tadeo González y hasta Jovellanos, que ya me dirá. Si Don Quijote veía en la rústica Dulcinea su dama, estos convertían a las lavanderas en ninfas. Pobres lavaderas, muchas vecinas del Barrio, lo que sufrieron en las orillas del Tormes y el Zurguén con sus crecidas, sus hielos y sus barros. Qué no habrían escrito aquellos poetas del desaparecido bosque de Ibarrola y qué no habrían dicho las lavanderas al ver la salvaje orilla del Tormes convertida en parque de Nebrija. Aquellas crecidas del Tormes convertían en Venecia el barrio, al que dejaba hecho unos zorros hasta época bien reciente. Lo que ha sufrido el Arrabal con el Tormes está en las hemerotecas, los archivos y cementerios, pero ha sido mucho, que no todo fue Riada de San Policarpo.

La mítica Casa de la Mancebía tuvo su domicilio en el Barrio y aunque echó el cierre en 1618 aún seguimos hablando de ella, sobre todo cuando llega el Lunes de Aguas. Tras ella llegaron ventas y tabernas con clientela relacionada con el mercado, desde arrieros a tratantes, y merenderos que se animaban al calor de la fiesta y el vino. Antes de que la pandemia pusiera distancia entre nosotros la Cofradía de la Encarnación celebraba una comida en el ya clásico “Casaserra” -un recuerdo a Heliodoro Casanova, esté donde esté- protagonizada por una chanfaina, plato de pobres, con desperdicios del cercano matadero, convertido en guiso de fiesta, durante la cual se imponían los pañuelos del año a los cofrades y se investía a los nuevos y homenajeados. Era después de la Misa Mayor del domingo con cohetes y tamborilero, porque la Encarnación es la patrona de los tamborileros. Pues aquí estoy yo. Lástima que no pueda acudir a la investidura por razones familiares, que son felices, no se asuste, pero será como si estuviese porque habrá alguien de LA GACETA con la que comparto el honor que vecinos del Arrabal se empeñan en concederme. Exagerados.



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