El busto de Unamuno en Anaya

Colocado en una hornacina, se encuentra el impresionante y conocido busto -en piedra el torso y en bronce la cabeza- del que fuera catedrático de esta Facultad y Rector de la Universidad salmantina don Miguel de Unamuno y Jugo. Quiso el Rector, expatriado en Hendaya, que el busto se hiciera con barro de España, cuando le visita el escultor palentino Victorio Macho Rogado en 1929, en la modesta habitación del hotel Broca y le encuentra haciendo pajaritas, ranas y elefantitos cubistas de papel. Pasa Victorio a san Sebastián y a su regreso con una caja de barro en polvo, color de oro molido, los gendarmes franceses le toman por contrabandista y se libra porque el Jefe de la Aduana española le conoce de las tertulias del café.

En el lado izquierdo del busto, con el cuello de la inmaculada camisa asomando y la chaqueta abierta, bajo el chaleco del Rector se adivina la silueta de un Crucifijo. Es el propio Unamuno quien en el barro tierno trazó la cruz sobre su pecho que ha quedado perennizada en la obra definitiva y aclara el motivo: “Vea amigo Macho, esta cruz me la dio mi hermana, que era abadesa de un convento, cuando fui a despedirme de ella para ir desterrado a Fuerteventura.” (Se trata de su hermana Susana que ingresó en el convento de la Compañía de María en Logroño en 1899, donde murió el 3 de marzo de 1934, 2 meses antes que su esposa doña Concha).

Al propio escultor le manifiesta: “Todos los hombres han de tener su Gólgota y su cruz. Usted ha realizado una obra perfecta, en la que no puede faltar esta condecoración, que constituye mi ejecutoria, más destacada”.

Parece cierto que don Miguel, a partir de la colocación del busto, no volvió a subir a su despacho por esta monumental escalera, utilizando otra interior para no encararse con su réplica broncínea. El motivo de la renuencia al enfrentamiento quizá lo encontremos en su Diario íntimo: “yo recuerdo haberme quedado alguna vez mirándome al espejo hasta desdoblarme y ver mi propia imagen como un sujeto extraño, y una vez en que estando así pronuncié quedo mi propio nombre, lo oí como voz extraña que me llamaba y me sobrecogí todo como si sintiera el abismo de la nada y me sintiera una vacía sombra pasajera. ¡Qué tristeza enton¬ces!”.

A la prosa descrita añadió con el tiempo un precioso verso de pie quebrado tetrasílabo: “Me vi en yeso, / sentí frío; / sentí el peso / del vacío”.

El 27 de febrero de 1930 se celebra una reunión en el café Novelty en la que se acuerda la adquisición del busto de Unamuno de Victorio Macho, por suscripción popular. La Comisión organizadora queda integrada por: Agustín del Cañizo como Presidente, Tesorero y Secretario Eleuterio Población y Vocales: Guillermo Sáez, José Crespo Salazar, Godeardo Peralta, José María Romo, Filiberto Villalobos, Fernando Iscar Peyra, Tomás Martín Bazán y los periodistas Manuel García Blanco y José Sánchez Gómez.

La iniciativa da lugar a la “Quisicosa”: De Unamuno va a comprarse / el busto, por suscripción. / Veremos a dónde llega / de algunos la admiración.

Antonio Crespo Colmenar hace la sugerencia de que en caso de que no se pudiera colocar la estatua en la Universidad, la rotonda recién construida en la plaza del Poeta Iglesias sería un lugar ideal.

Como Ministro de Instrucción Pública es Filiberto Villalobos quien legaliza la jubilación de Unamuno y refrenda el Decreto Presidencial ordenando el homenaje de la República en Salamanca.

La Universidad encarga a los catedráticos José Camón Aznar, José Antonio Oneca y Francisco Maldonado de Guevara la compra del busto, pagándose 12.000 pesetas, contribuyendo la Diputación con 1.000. Fue inaugurado con toda fastuosidad el 29 de setiembre de 1934 por el Presidente de la República don Niceto Alcalá Zamora, quien con tal motivo firmó un Decreto nombrando a Unamuno Rector Vitalicio de la Universidad salmantina. De ensalzar la figura del artista se encargó el catedrático de la Universidad desde 1924 don José Camón Aznar, íntimo amigo del Rector.