Clase media

 Clase media


Cuando mi hijo era todavía un adorable pipiolo, de mirada dulce y eterna sonrisa, antes incluso de haber hecho la Primera Comunión, le pregunté un día si él creía que nosotros éramos ricos o pobres. “Yo creo que de los del medio”, encajó de un golpe las realidades aparentemente contradictorias que a su tierna edad ya era capaz de percibir, como el hecho de que en casa nunca haya faltado nada pero nunca haya sobrado nada, como que intercalemos la cena de sobras de la comida del día anterior con visitas esporádicas a restaurantes o como que unos veranos disfrutemos vacaciones de las de los anuncios de televisión y otras las pasemos en el pueblo, que para él son las buenas porque siempre las ha preferido. Se me caía la baba admirando como mi niño, ¡lo listo que es!, se forjaba su primer concepto de la clase media. Disculpen ustedes la debilidad de madre.

Hoy ese concepto está siendo puesto en cuestión a causa de intereses estratégicos. Diversas plataformas mediáticas de creación de opinión se preguntan desde el punto de vista teórico por qué somos incapaces de identificarnos con la clase obrera, si en realidad somos proletarios que dependen de un sueldo, seguramente suspirando por que volvamos al redil de las siglas del partido. A efectos prácticos, nosotros seguimos ahí, atrapados entre los pobres y los ricos. Porque si eres pobre recibes ayuda social y tus hijos tienen acceso a beca. Si eres rico, llegas a fin de mes sin preocupaciones y tus hijos tienen garantizada una educación de excelencia. Pero si estás en el medio, te las tienes que apañar por tu cuenta. Sabemos que existimos porque los gobiernos nos fríen a impuestos dizque para sostener a los de abajo, mientras que con nuestro esfuerzo proletario y el religioso pago de la hipoteca apuntalamos la sostenibilidad de los chiringuitos de los de arriba, aunque seguramente no formemos parte de la clase media auténtica hasta que terminemos de pagar la casa, ese día en que nos convertimos en homus propietarius y abandonamos el estatus de eslabón perdido que supone vivir para pagar el crédito. El sueño, mediocre, pero sueño al fin y al cabo, que nos une e identifica a la clase media es el de sacar adelante a nuestros hijos y hacernos un Galapagar, aunque la realidad nos permita al final solamente comprar un adosado al uso. Pero ese ajuste evolutivo, esa condición de clase media que nos ganamos a pulso, nómina a nómina, está ahora amenazado, aunque numéricamente seamos mayoría. Hemos entrado, efectivamente, en la categoría de especie en extinción. El palo fiscal de 2021 nos asfixia. Mientras en el resto de Europa se bajaban los impuestos para capear la crisis, Sánchez lleva aya 16 subidas. Y las que están por venir. Además la inflación se lleva ya un diezmo de nuestros precarios recursos y el Banco Central Europeo comenzará a subir en julio los tipos de interés, encareciendo la letra mensual con cada paso que de. Solo queda preguntarnos cuánto más podremos aguantar sin echarnos a la calle, aunque esa es otra de nuestras características, la de sufrir en silencio, seguir arrimando el hombro mientras lamentamos las afrentas y, en el fondo, dando gracias. Porque estamos lo suficientemente cerca de ser pobres como para darnos cuenta de que no lo somos. No al menos hasta que no pisemos el comedor de Cáritas. Porque en el fondo sabemos que los verdaderos pobres de nuestra sociedad se ocultan en los prostíbulos, en régimen de ilegalidad, semiesclavitud y vacío social. Y porque nos sostiene la convicción, también ahora cuestionada, de que nuestro sacrificio redundará en bienestar futuro de nuestros hijos. Si usted, querido lector, se siente identificado, no se deje engañar: usted existe y pertenece a la clase media.



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