Putin y el gato

 Putin y el gato


Ese gato se ha metido entre pecho y espalda unos cinco mil kilómetros. Un viaje largo, pesado, incierto y muy difícil. El felino en cuestión, aparte de maullar, se ha comido una cuarentena más larga de lo habitual. Me hace reflexionar a la sombra de estos árboles que años ha plantaron en este rincón las discípulas de la madre Cándida, fundadora de las Hijas de Jesús. Por cierto, hacen honor a su nombre porque realmente en la acogida al grupo de ucranianas y sus hijos, perro y gato incluidos, han puesto las hermanas todo su corazón. Al más puro estilo del Profeta de Nazaret, que pasó haciendo el bien y tendiendo la mano, sin pedir al prójimo el pasaporte ni ningún tipo de papeles. Y en estos devaneos mentales andaba, cuando tomé conciencia de lo difícil que lo tienen estos animalitos. Han sobrevivido a los bombardeos, pero no tengo claro si sobrevivirán a su proceso de integración. Además del idioma, tendrán que superar la “burrocracia” y el rechazo de muchos bípedos que consideran estúpida su presencia aquí, ajenos a que ese perro y ese gato son el anti estrés de sus dueñas y demás paisanas ucranianas. Es triste, a la par que tierno, saber que esos animalitos son consuelo y alivio para este grupo de personas, víctimas inocentes de las insolentes relaciones inhumanas a las que ya hemos llegado los humanos. Nos guste o no, en mayor o menor medida, todos tenemos nuestra parte de responsabilidad en la suerte de ese perro y ese gato. Porque la suerte de este mundo y de quienes lo habitamos es tarea de todos. Hay “Pútines” de distintos tamaños y colores, basta escuchar ciertos comentarios despectivos que salen de la boca de quienes, enarbolando la bandera del patriotismo, reducen mezquinamente al ser humano a fronteras y territorios, norte y sur, primer mundo, segundo, tercero y cuarto. Está claro que muchos continúan metidos en su aldea y esa es su aldea global, como la de aquel autonómico niño que pedía el mapa mundi de Porriño. Perdónenme, pero no doy crédito a tantas situaciones que estamos viviendo a estas alturas de siglo. Por cierto, mientras no tenemos claro el incierto futuro de estas refugiadas, y el nuestro propio, nuestro lindo gatito pasó por una clínica veterinaria para hacerse la analítica correspondiente por parte de una veterinaria diligente, debidamente supervisada por otro veterinario puesto por la institución de turno para asegurarse y dar fe. Que unos se sorprendan de la imposición del collar de Isabel la Católica al emir de Qatar y, al mismo tiempo, les sorprenda que a estas alturas de siglo estemos en guerra en Ucrania no deja de ser una contradicción, como la de dar más importancia a las mascotas que a sus dueños. Ya lo dijo Pablo Iglesias: “Quien quiera estar en política, debe cabalgar las contradicciones” . Parece ser que últimamente, para muchos, la vida es pura contradicción, y por supuesto un negocio, aunque sea a costa del dolor ajeno.



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