Una vez que se cruzó la primera línea roja se han continuado cruzando otras, sin que se observe ningún atisbo de regeneración democrática

 Una vez que se cruzó la primera línea roja se han continuado cruzando otras, sin que se observe ningún atisbo de regeneración democrática


Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Gabriel Celaya

Entiendo poco de la lidia de toros, pero si lo suficiente para conocer que, según los entendidos en la materia, un toro bravo se crece frente al castigo y uno manso se rinde y flojea como un buey. Venga a cuento este símil para referirme a la sociedad española actual que, lejos de la bravura descrita por Miguel Hernández, Rafael Alberti o Gabriel Celaya, se ha convertido en una sociedad anestesiada que, frente al castigo al que está sometida desde hace más de una década, es incapaz de levantarse sobre sus piedras lunares y responder a la agresión galopando… hasta enterrarlos en el mar.

Primero fue la crisis económica, aprovechada para extraer a la mayoría de los trabajadores de este país hasta la última gota de sudor, y si me apuran de sangre, y todo ello mientras se enriquecían a su costa especuladores de todo tipo que aprovecharon para eliminar derechos laborales, explotar a los trabajadores hasta límites desconocidos hacía décadas y, de paso, expropiar viviendas en forma de desahucios (11.947 en 2021,un 57% más que en 2020) con la complicidad de los gobiernos que debían proteger a trabajadores y ciudadanos. En suma, el empobrecimiento extremo de la población, la pauperización de la clase trabajadora y la proletarización de las clases medias mientras los ricos se hacen cada vez más ricos, inmensamente ricos, excesivamente ricos,… inmoralmente ricos.

Después ha sido la pandemia Covid donde la mayoría de la población ha tenido un comportamiento intachable, pero donde los gobiernos no han estado a su altura con una gestión y, en muchos casos, la compra de material básico e imprescindible para proteger a los profesionales y para controlar la pandemia, ha sido aprovechado para el enriquecimiento corrupto de unos pocos a costa del sufrimiento de todos y de la muerte de muchas personas en las residencias o en los hospitales. Todo ello con la complicidad de los gobiernos, sin mostrar ningún rubor ni arrepentimiento.

Por último, la invasión de Ucrania ordenada por el sátrapa ruso Putin está siendo utilizada también por los gobiernos para incrementar el gasto público en armamento, ese dinero que se sustrae a la educación y a la sanidad, a la vez que la electricidad, el gas y la gasolina continúan una escalada de precios que ha estrangulado los presupuestos familiares, por la avaricia de unas empresas que, lejos de reducir sus beneficios inmorales, aunque fuera transitoriamente, para facilitar la supervivencia de la población, aprovechan para llevar sus beneficios hasta límites nunca conocidos, sin que los gobiernos hagan nada por frenarles los pies salvo reconocer la ministra Teresa Rivera que “el mercado eléctrico está roto”, como si lo único que pudieran hacer el gobierno y Bruselas es poner tiritas a una herida por la que sangramos todos, o que el ministro Borrell recomiende “rebajar la calefacción de los hogares españoles” que es un lujo al alcance de muy pocos. Cualquier cosa menos enfrentarse a las eléctricas. Si estamos en guerra se debería aplicar la economía de guerra a estas empresas que son esenciales. Pagarán un alto coste político si no lo hacen, pero mientras tanto, nosotros seguiremos sangrando por la herida.

Una vez que se cruzó la primera línea roja se han continuado cruzando otras, innumerables, sin que se observe ningún atisbo de regeneración democrática, más bien todo lo contrario, un avance imparable hacia formas de gobierno autocráticas, con parlamentos decorativos, que pueden terminar muy mal. Por eso parece lejana la posibilidad de que suceda lo que pedía Miguel Hernández en Vientos del Pueblo: yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas; más bien vivimos en una sociedad de bueyes que doblan la frente, impotentemente mansa, bueyes que mueren vestidos de humildad y olor de cuadra.





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