Rusia

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Alguien observó que, desde el punto de vista estadístico, las guerras en Europa no solían iniciarse nunca los miércoles. La invasión de Ucrania empezó en la madrugada de un jueves. Casi nadie fue capaz de vaticinar tal salvajada, salvo los servicios de inteligencia norteamericanos y acaso los británicos. Putin engañó a todo el mundo, del mismo modo que mantiene engañado a su propio país. Veintidós años en el poder, con el bagaje añadido de haber sido el jefe del KGB soviético, dan para una imbatible manipulación informativa. A los rusos que de verdad quieran saber lo que ocurre dentro y fuera de sus fronteras no les queda más remedio que seguir algunas redes sociales no controladas o escuchar las emisiones en onda corta de la BBC, RNE y alguna más. Como en los tiempos de la Pirenaica en España.

Uno de los problemas de Rusia es que la población está acostumbrada a padecer la bota opresora a lo largo de generaciones, y a estas alturas es capaz, como los perros del herrero, de dormir al son de las martilladas. En el primer tercio del siglo XX los rusos pasaron directamente del feudalismo al comunismo sin estadios intermedios, y eso modela actitudes y comportamientos sociológicamente explicables hoy día. Si a ello unimos la mencionada manipulación informativa a todos los niveles, tenemos ya el cuadro completo de la desinformación de todo un pueblo donde la crítica al poder es arriesgada y minoritaria, donde los hijos de Putin —emulando al Gran Hermano estalinista— acechan al disidente confeso y al desafecto sospechoso.

La camarilla plutocrática que gobierna Rusia añora las viejas glorias imperiales, olvidando que sus predecesores se ocuparon de revisar el imperialismo exterminando al último zar y su familia. Esa camarilla, hoy cómplice de Putin, reverdeció tras la caída del Muro y la subsiguiente disolución de la Unión Soviética. Las quince repúblicas se desgajaron y buscaron sus propios caminos. No creo que al gobierno putinesco se le ocurra llevar a cabo encuestas entre los países antaño parte de la URSS para comprobar su disposición al goce de las mieles de una paternal protección arrullados bajo las alas protectoras de Moscú. “Y una mierda”, dirían en el ruso más académico o en cualquiera de sus variantes dialectales. Ucrania nos enseña que esas alas maternales son las de un ave depredadora, carnívora, voraz y dotada de garras como garfios ardientes.

Lo único cierto es que el gobierno de Rusia, no el pueblo ruso, nos ha metido la guerra en Europa sacudiendo los cimientos de una seguridad que no era tal. Y lo único cierto, también, es que nadie alcanza a atisbar cuándo cesará Putin —propuesto dos veces para Nobel de la Paz— en sus ambiciones si China no le da un toque de atención. Una vez saboreada la sangre es difícil que el perro suelte la presa.



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