Nos atacan los marcianos

 Nos atacan los marcianos


Solo falta que nos ataquen los marcianos”. Aunque el chascarrillo ya es viejo, hasta que alguien no me lo repitió ayer no me di cuenta de nuestra calamitosa situación, de nuestra delirante e inquietante realidad coronada estos días por la calima sahariana que nos ha convertido en auténticas almas en pena mendigando un poco de sol y brisa.

Aunque hay explicaciones para todo, el descenso a los infiernos que hemos sufrido desde el derribo de las Torres Gemelas en 2001 es del todo apocalíptico. Literalmente no sabemos dónde meternos, y aunque disfrutamos de paz y bienestar, nos sentimos por primera vez en nuestras vidas vulnerables hasta convertir el presente en nuestro único lugar seguro. El pasado lo vemos con luminosa nostalgia, casi como una imagen de las Kodak Colorama de Neil Montanus que colgaron en la Grand Central Terminal de Manhattan, y el futuro es una chapa punk: no future. Qué razón tiene el imaginario popular: solo falta que nos ataquen los marcianos, sujetos verdes, asexuados, casi líquidos, con antenas y saliendo de una lluvia de rayos láser al ritmo de Donna Summer. No mucho más nos falta por ver a estas alturas de siglo fallido, el famoso siglo XXI que tan idílico y plateado veíamos desde el XX. En cualquier caso, un poco de tono pop no viene mal bajo la calima y las bombas, que es justo donde nos encontramos ahora mismo, y a la espera: como decía la abuela de mi amigo Juan, “que no te dé Dios lo que puedas aguantar” …, casi en modo superhéroe espartano de Marvel, pues sin duda resulta alentadora nuestra capacidad de supervivencia en este ordenado caos. Otro milagrito.

De los escombros de Nueva York aquel 11-S de sol y lágrimas a los de una Ucrania que acabamos de poner en el mapa y resulta que está ahí al lado, aunque Chernóbil en 1986 fuese un lugar al otro lado del Telón de Acero, en aquel lugar oscuro y tétrico llamado la URSS, la del ataque preventivo que cantara el grupo madrileño “Polanski y el Ardor” en plena Movida. Pero esto no es la estación de radio de “Good Morning, Vietnam”, esto es la realidad, bienvenidos; esto es la realidad distópica llena de buenos corazones que no saben cómo ayudar, que no saben dónde está Polonia, antesala del infierno; buenos corazones que nos preguntamos qué se le ha perdido a ese cabrón de Putin en Ucrania, pues nadie lo sabe. Ni los marcianos mostrarían esa crueldad, esa sed de sangre, ruina y gritos.



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