Efecto placebo: El poder de nuestras expectativas

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Nuestras creencias pueden crear profecías autocumplidas, mediante cambios en la percepción, el comportamiento y la fisiología. Esto tiene implicaciones para nuestra salud, forma física, nuestra resistencia al estrés, en el sueño y, lo más sorprendente de todo, en nuestro envejecimiento y longevidad.

Henry Beecher fue un pionero estadounidense anestesiólogo, ético médico e investigador del efecto placebo en la Facultad de Medicina de Harvard. Cuando estaba en el frente, en Italia y Francia, al final de la Segunda Guerra Mundial, a menudo tuvo que tratar a los soldados que tenían heridas verdaderamente horribles: carne desgarrada, huesos rotos y metralla incrustado en la cabeza, el pecho y el abdomen. Sin embargo, estaba perplejo al observar que muchos de sus pacientes, alrededor del 32%, decían que no sentían ningún dolor, mientras que otro 44% experimentó sólo un leve o moderado malestar. Cuando se les ofreció la oportunidad de recibir analgésicos, tres cuartas partes los rechazó.

Parecía que el alivio de haber sido salvado del campo de batalla había creado una especie de euforia que, por sí sola, fue suficiente para adormecer sus lesiones.

La interpretación del paciente de su enfermedad había permitido al cerebro y al cuerpo liberar su propio alivio natural del dolor. El cerebro produjo sus propios opioides que pueden mitigar el dolor por sí mismos.

Paddy Jones es la bailarina de salsa acrobática más vieja del mundo. Saltó a la fama en España en ‘Tú Sí Que Vales’, un programa de talentos, en 2009, y sigue muy activa con 88 años.

Estos son dos de los ejemplos que David Robson usa en su libro ‘El poder de las expectativas’ para explicarnos cómo nuestros pensamientos son capaces de influir en nuestra salud, estado físico, felicidad y longevidad. El autor hace una compilación de investigaciones contemporáneas y sugiere que nuestras expectativas dan forma a nuestra experiencias.

Transformar sabores

David Robson es un divulgador científico, graduado en matemáticas por Cambridge, especializado en la relación del cerebro, el cuerpo y el comportamiento humano. Partiendo de la idea de que nuestra mente o ideas preconcebidas alterarán lo que está enfrente de nosotros, asegura que podremos trasformar el sabor de la comida, nuestra concepción de uno mismo o incluso alargar nuestros años de vida. Quizá el ejemplo más conocido sea el efecto placebo. Se trata, explica Robson, «de un mecanismo en el que nuestras expectativas sobre los beneficios de un tratamiento pueden suponer una mejoría, aunque solo estemos tomando una píldora ficticia sin ingrediente activo. Ahora sabemos que nuestras expectativas tienen efectos igualmente tangibles en muchos ámbitos diferentes de la vida fuera de la medicina».

El efecto placebo ha sido muy estudiado y Robson sugiere que mecanismos similares pueden ayudarnos o perjudicarnos según como los activemos. Robson los denomina ‘expectativas’.

Explica el neurológo David Ezpeleta que «el cerebro humano, en lo que a la conducta se refiere, funciona por predicción y expectativa». Por ejemplo, añade el secretario de la junta directiva de la Sociedad Española de Neurología, «pensemos en el desacoplamiento del paso cuando bajamos por unas escaleras automáticas que no funcionan: nuestro cerebro predice y espera el movimiento de la escalera y pone en marcha su programa de bajar escaleras automáticas, pero ahora no es válido y debe readaptarse, en este caso con esfuerzo cognitivo consciente, a la falta del esperado movimiento». La respuesta placebo, que puede ser muy poderosa, se debe a un sin número de factores que dependen de la persona y del contexto terapéutico.

¿Cómo funciona el placebo?

Ezpeleta explica que «las personas pueden responder de modo distinto a un tratamiento activo o a un placebo según su edad, la enfermedad que padecen, su veteranía e historial de éxitos o fracasos con otros tratamientos, saberse tratado u observado en un ensayo clínico e incluso el nombre comercial o el color de lo que se les administra». Pero su impacto terapéutico es, para este neurólogo, «más complejo». Comenta que es «responsable de gran parte de la respuesta placebo y, para algunos investigadores, su principal componente. Dicho contexto depende del terapeuta. Por ejemplo, dependerá de la comodidad de la consulta, la forma de dirigirse al paciente, explicaciones que se le da, confianza que se le transmite, positividad de los mensajes, exploración del paciente, así como otros factores que conforman la liturgia de la relación entre paciente y médico. También importa el fármaco (mecanismo de acción conocido, información disponible en Internet, efectos secundarios esperados, vía de administración y complejidad del tratamiento…) y del ámbito de administración (ensayo clínico o vida real, tipo de aleatorización en los ensayos clínicos, niveles asistenciales de complejidad creciente)».

Todos estos factores alimentan la expectativa de mejoría y potencian el efecto placebo «tanto de sustancias activas (fármacos) u otro tipo de terapias (físicas, cirugías) como de sustancias inertes (placebos) y otras terapias sin fundamento científico (p.ej. auriculoterapia) que pueden mostrar efectividad debido única y exclusivamente a su efecto placebo». Según Ezpeleta, «este es el motivo de que muchas pseudoterapias funcionen en pacientes con altas expectativas e incluso con fe ciega en el placebo recibido: creen recibir un tratamiento activo, no un placebo; la liturgia terapéutica acostumbra a ser mayor que en la medicina convencional; y la mejoría, con frecuencia debida a la historia natural de la enfermedad, es atribuida acríticamente al tratamiento administrado».

Salvador Martínez, del Instituto de Neurociencias UMH-CSIC, define el efecto placebo cuando «un paciente presenta los efectos positivos o negativos de un medicamento o seguir un tratamiento, solo por creer que está siendo tratado». Y sobre las razones de que esto ocurra, Martínez distingue entre causas psicológicas y biológicas. «Las psicológicas se derivan de la propia sensación subjetiva, con un componente exclusivamente psicológico, de encontrarse mejor al creer que están siendo tratados. Las biológicas son consecuencia de la posibilidad que tiene el cerebro de influir en el funcionamiento de los órganos y sistema corporales. En el ámbito de esta influencia está la posibilidad de que se pueda mejorar o empeorar la función de un órgano como consecuencia del convencimiento de que se está recibiendo un tratamiento eficaz y/o se está siendo atendido de forma eficiente por un personal sanitario adecuado (aunque en realidad se recibe un placebo) ».

Añade este experto que los «síntomas que conocemos como psicosomáticos son también generados por estas interacciones entre cerebro y órganos y sistemas corporales. Se sabe que el estado de ánimo puede influir sobre la respuesta inmunitaria a través de los nervios que llegan al bazo y a la médula ósea». Ezpeleta explica que «no existen mecanismos específicos, pues se asume que cada síntoma o enfermedad tiene sus propias vías de gestión de la respuesta placebo. Por ejemplo, en el caso del dolor, entra en juego el sistema opioide de control del dolor; en el párkinson, las vías de la dopamina; en la depresión y la ansiedad, vías de la serotonina y noradrenalina; en los trastornos del movimiento funcionales, áreas que regulan el movimiento consciente; etc.».

¿Qué es el efecto nocebo? ¿Cómo se podría hacer frente?

El
efecto nocebo
, señala Salvador Martínez, se produce cuando un paciente «cree que presenta los efectos o síntomas secundarios presentes en algunas personas de forma más o menos frecuente, producidos por tomar un medicamento. Por ejemplo, en un ensayo clínico, los pacientes que reciben el placebo, es decir, no reciben el tratamiento activo o experimental, pero que se les informa sobre los posibles efectos secundarios de este, a veces tienen los mismos efectos secundarios que los pacientes que reciben el tratamiento activo solo porque esperan tenerlos. Es lo mismo que los pacientes hipocondríacos, que llegan a sentir los síntomas de las enfermedades solo por el hecho de tener miedo a padecerlas».

Los efectos secundarios de las vacunas son un ejemplo muy claro, comenta, «que se hacen evidente al ser tratadas muchas personas: la información permanente y lasugestión colectiva son elementos muy importantes». En cuanto al efecto nocebo que puede surgir tras la admnistración de una vacuna, detalla Ezpeleta que «cuando se valora un efecto adverso hay que analizar principalmente dos cosas. La primera es la frecuencia de presentación en el grupo tratado con el agente en investigación, por ejemplo, con las vacunas del Covid-19, frente a la frecuencia de presentación en el grupo placebo». «La segunda -añade- es la plausibilidad biológica del efecto secundario en cuestión. En este sentido, es esperable que una vacuna que produce inflamación local y cuya respuesta esperada es una reacción inmunológica pueda producir fiebre. No es esperable, por ejemplo, una sensación de mareo y náuseas en los minutos siguientes a la vacunación dado que biológicamente, salvo en las excepcionales reacciones alérgicas anafilácticas, la vacuna no ha tenido tiempo para desencadenar tales síntomas».

En relación con los ensayos clínicos de las vacunas Covid, una revisión sistemática de tres ensayos clínicos ha comparado los efectos secundarios de los grupos experimentales (vacuna real) con los grupos placebo (suero sin actividad biológica alguna), observándose un perfil de efectos secundarios similar. «Otros estudios han confirmado este hecho, calculándose que hasta el 75% de los efectos secundarios reportados en relación con estas vacunas se deben a una respuesta expectativa/nocebo», asegura. Porque como recuerda Ezpeleta, «no hay expectativa sin respuesta individual, y ambas se gestionan en el cerebro de cada uno de nosotros».

Los efectos placebo y nocebo,continúa, «han sido hasta hace poco unos grandes desconocidos, pero cada vez se lespresta más atención y se empieza a conocer su gran importancia en la investigación de tratamientos y en la práctica clínica. Del mismo modo que las personas con alta respuesta al placebo responden mejor cuando se les administra un fármaco (mejoría clínica), aquellas personas con alta respuesta nocebo cuando reciben placebo, tienen más efectos secundarios por nocebo cuando reciben un fármaco. Son asuntos clave que deben ser tenidos muy en cuenta en los diseños de los ensayos clínicos y en la interpretación de sus resultados, así como en la práctica clínica diaria».

¿Qué esperamos cuando esperamos que ocurra algo? El efecto expectativa

La relación entre el pensamiento positivo/negativo y un mejor tratamiento o resultado vital se ha estudiado durante años, pero Robson aporta un nuevo enfoque. «Los libros sobre el “pensamiento positivo” han fomentado una especie de optimismo muy general». Desde su punto de vista, debemos tratar de permanecer felices y relajados siempre que sea posible. El efecto expectativa es bastante diferente, ya que se refiere a creencias específicas en situaciones concretas. Y lo que es más importante, dice, «podemos cambiar esas creencias mediante un proceso llamado reevaluación».

Y pone como ejemplo algo que todos vivimos en mayor o menor medida. «Uno de mis favoritos se refiere a la ansiedad. Si te sientes ansioso por un examen o una entrevista, es posible que experimentes los síntomas, la respiración agitada, los latidos rápidos del corazón, como algo debilitante y que perjudica tu rendimiento. Puede que intentes reprimir esos sentimientos y decirte a ti mismo que te relajes, pero esto es muy difícil para la mayoría de la gente y a menudo no mejora su situación. Con la reevaluación, no intentamos cambiar los sentimientos en sí, sino nuestra interpretación de los mismos. La verdad es que la ansiedad es una respuesta adaptativa que ha evolucionado para ayudarnos a afrontar los retos. Cuando nuestro corazón late rápidamente, por ejemplo, lleva más oxígeno y glucosa al cerebro, lo que debería agudizar nuestro pensamiento».

Los investigadores han descubierto que, simplemente explicando este hecho a la gente, y ayudándoles a ver sus sentimientos de ansiedad como una respuesta adaptativa, pueden aumentar su rendimiento en los exámenes académicos y en las pruebas de oratoria.

Dolor y enfermedad

Respecto a la enfermedad y el dolor crónico, Robson afirma que la curación suele producirse a través de los mismos mecanismos que los propios medicamentos prescritos para tratar estas dolencias. «Esto está muy bien establecido. Si uno espera recibir un analgésico, por ejemplo, el cerebro empieza a producir sus propios opioides, aunque sólo haya recibido una píldora ficticia. Del mismo modo, si se recibe un antihistamínico placebo, se observan diferencias reales en la inflamación. Y en el caso de los enfermos de párkinson, que suelen tener niveles bajos de dopamina en el cerebro, una píldora de placebo puede aumentar los niveles del neurotransmisor».

Robson cree que no solo es útil con enfermedades menores: «Esto no quiere decir que el efecto expectativo sólo sea útil para dolencias triviales. Una buena investigación ha demostrado que cambiar las expectativas de las personas puede ayudarlas a recuperarse más rápidamente de una operación de corazón, quizá porque reduce los niveles de sustancias químicas inflamatorias que podrían prolongar la enfermedad y reducir la curación».

Pero desgraciadamente no todas las enfermedades se benefician del poder de las expectativas. De hecho, se ha dicho que una actitud positiva hacia el
cáncer
, por ejemplo, ayuda al tratamiento. Sin embargo, muchos enfermos de cáncer no creen en ese mensaje y, aunque animan a ser fuertes y positivos durante el tratamiento, dicen que eso no cura.

Tiene límites el efecto de las expectativas, reconoce Robson. «En el caso de muchas enfermedades, sobre todo las terminales, como el cáncer, el efecto de las expectativas no va a cambiar el pronóstico. El uso del efecto de expectativa sólo debe considerarse una forma de complementar y potencialmente mejorar los tratamientos médicos convencionales, más que un reemplazo total. Definitivamente tiene límites. Como he descrito anteriormente, la investigación científica nos está ayudando a entender cuándo puede beneficiarnos y cuándo no. Y me temo que probablemente no sirva de mucho para cambiar el pronóstico de un cáncer».

Efecto ‘antiaging’

Pero Robson sí cree que dicho efecto, generado por la mente y nuestra predisposición positiva o negativa, se podría aplicar en otros campos, como en la propia visión de la vejez. Socialmente y en los medios de comunicación, la vejez se ha visto como una mala época de nuestras vidas, mientras que la juventud se idealiza. «Lamentablemente, los estereotipos negativos sobre la edad no parecen cambiar, a pesar del aumento de la población que envejece. Y esas creencias negativas tienen un efecto real en la salud y la longevidad de las personas, ya que aumentan el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y alzhéimer». Añade Robson que «el comportamiento puede ser una de las razones: si se asocia la vejez con la discapacidad, es menos probable que se haga ejercicio. Pero también hay efectos fisiológicos directos. Las personas que asocian la vejez con la vulnerabilidad muestran una mayor respuesta al estrés, incluidos niveles más altos de cortisol e inflamación, que pueden dañar los tejidos y contribuyen a acelerar el envejecimiento celular».

Mejor que contar calorías

Según Robson, si intentamos perder peso, puede que sólo nos fijemos en el bajo contenido calórico de una comida. «Esto crea una sensación de privación que altera nuestra respuesta hormonal a la comida. Los estudios demuestran que la etiqueta de un alimento, ya sea que enfatice lo delicioso, lujoso y satisfactorio que es, o que lo describa como «bajo en calorías, bajo en grasa» y «sensible», puede moldear los niveles de la hormona del hambre la grelina, independientemente del contenido real del alimento. Cuando se está a dieta, es tentador comer comidas insípidas, simplemente por su bajo contenido calórico, pero yo aconsejaría prestar más atención a los sabores y las texturas, para que la comida resulte más placentera y estimule la respuesta hormonal correcta. También podemos probar trucos cognitivos. Puedes pasar un rato imaginando tu comida, antes de comerla, para crear una sensación de anticipación, y entonces puedes prestar más atención a cada bocado y al disfrute que estás recibiendo. Ambos métodos parecen reducir el apetito y las punzadas de hambre posteriores».

Y en esta época de tanto estrés que estamos viviendo con el Covid, ¿cómo se aceptan mentalmente los sentimientos negativos? «Creo que esto vuelve a la investigación sobre el estrés y la ansiedad que mencioné anteriormente. No podemos ni debemos negar en absoluto que estos son tiempos increíblemente difíciles y que vamos a enfrentarnos a periodos de infelicidad, y cualquier intento de negar o ignorar esos sentimientos probablemente acabará haciéndonos sentir peor. Hay algunas investigaciones que demuestran que la forma en que enmarcamos la situación puede influir en nuestro bienestar».

A modo de conclusión, Robson afirma que «ser conscientes de la capacidad del cerebro para cambiar, puede por sí mismo mejorar la salud física y mental de las personas. Desarrollar una mentalidad de crecimiento, nos ayudará a salir de los hábitos de pensamiento negativos, clave para tener una vida más sana».

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