¡¡¡Qué vergüenza!!!

 ¡¡¡Qué vergüenza!!!


Qué vergüenza! Esto es lo que se repite estos días entre los populares, donde me incluyo. Porque la ofensiva política que se ha vivido en la cúpula del partido y el bochornoso espectáculo público que se ha dado, afecta a todos los que han depositado su confianza en estas siglas, tengan o no carnet de militante, o solo hayan dado su apoyo por eso de que es lo menos malo que encontraban en el mercado.

Por rabia e impotencia, muchos en la derecha popular ya han renunciado ‘al contigo para siempre’. En los tiempos políticos de las últimas décadas, se ha hecho demasiado evidente que los aspirantes a las soldadescas de A, B, C, D… (¡y no pare usted de contar!) lo hacen, más por una ambición de poder y sueldo (siempre muy por encima de lo que cobra un licenciado cualquiera con máster) que por trabajar por el bienestar de España y los españoles. Aunque haya, y estoy absolutamente convencida, sus excepciones. Aún no se han olvidado los meses más difíciles de la pandemia, cuando las curias institucionales estaban vacías de diputados, senadores y procuradores. Como todo hijo de vecino, había que quedarse en casa, pero con una diferencia. Mientras para los pequeños empresarios el confinamiento significó enormes pérdidas o incluso la ruina, los parlamentario/as no renunciaron a sus dietas. Se nos han dado tantos motivos para el desafecto, que a veces me pregunto por qué volvemos como borregos a las urnas. Aunque quiera pensar que todo esto es por el miedo asociado al socialismo sanchista; todo por seguir confiando en que algún día la concordia, la estabilidad y la democracia de la buena, volverán a hacer de este país lo que era.

Más allá de lo que los barones populares hayan dicho sobre la reyerta ante los medios de comunicación, ignoro hasta dónde llegará su sinceridad cuando estén cara a cara con Pablo Casado, su líder. Tengo la impresión de que el atrevimiento y la franqueza en estos predios no son virtud, y los reproches al jefe pecarán más por defecto que por exceso; por si acaso. Qué pena que no se nos dé cita a los comunes, los que pisamos con suela de goma la calle y nada tenemos que perder.

Génova, en lugar de ser la sede desde donde debería defenderse con uñas y dientes a los ‘sin nombre’ que votan un proyecto de centro-derecha, ha comenzado a ser un conciliábulo de envidiosos, matasietes y espías, que hay que desalojar, sin demora. No puede bajarse el telón de este sainete con eso de que el expediente contra Isabel Díaz Ayuso se ha concluido satisfactoriamente y ya está cerrado. Fernández Mañueco merece gobernar sin tener que sonrojarse por otros.



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