Ya en los andenes de la estación de Salamanca, vuelvo a ofuscarme con los ineptos gerifaltes que mantienen esta pertinaz escasez de trenes rápidos

 Ya en los andenes de la estación de Salamanca, vuelvo a ofuscarme con los ineptos gerifaltes que mantienen esta pertinaz escasez de trenes rápidos


Contradicciones entre la impaciencia y la defensa del tren

Cada vez que tengo que sacar billete para el tren burra que cabalga por las llanuras de Peñaranda hacia Madrid, me veo obligado a meterme en vena unos cuantos litros de pacienciamina.

Oye tú, tres horas de tracatrán para recorrer 200 kilómetros, mientras recuerdas cuando se vendía a bombo y platillo la llegada del Alvia con sus venerables y exclusivas condiciones, entre cortes de cintas y músicas estilo Bienvenido míster Marshall.

Sí, ya sabemos que la bondad de la empresa nos ha dejado dos o tres artefactos ligeros entre esta sarta de trenes pasmosamente calmosos que nos han plantado en esta tierra históricamente pasota y complaciente.

Escribo estas letras dentro de uno de estos cacharros enrailados que, a paso de caracol, sigue examinándome en aguante y otras cosas que mejor no mencionarlas.

Eso sí, Renfe te ameniza con una ráfaga de instantes cómicos cuando te hace saber, a través de la apestosa y aburrida pantalla, que el artilugio cansino va a 155 kilómetros por hora. Entonces te preguntas por qué no marcan la velocidad que durante la mayor parte del itinerario afianza su lento caminar de tortuga cojitranca.

Por esta vivencia que repito cada poco tiempo como una desazón interminable, me viene al recuerdo un amigo de Renfe que me regalaba asiduamente la revista ferroviaria Vía Libre y, conociendo mi pasión por todo lo que rodea al mundo de los trenes, un día me hizo un regalo inolvidable. Me invitó a viajar en la cabina de un tren que cogimos en Valladolid, mientras un amable maquinista me daba un acelerado curso sobre cuestiones de seguridad y comunicaciones.

Miro hacia la ventana y veo ya el Tormes anunciándome que está a punto de finalizar la pesadilla. En ese momento, doy por seguro que el recordado amigo, me examinaría en solidaridad preguntándome cómo he podido dejar en olvido el derecho que tienen a disfrutar del tren quienes se han ido bajando en todas las estaciones de las provincias de Ávila y Madrid. Seguro que se enfadaría conmigo por haber olvidado, de pronto, que la supresión del servicio en ciertos trayectos ha influido en el claro abandono que sufren nuestros pueblos.

Ya en los andenes de la estación de Salamanca, vuelvo a ofuscarme con los ineptos gerifaltes que mantienen esta pertinaz escasez de trenes rápidos sobre nuestras vías.

Recordando al viejo amigo, consolido mi apego al tren, mientras disfruto de la amabilidad de quien me vende un billete para mi próximo viaje que, Dios mediante, tendrá lugar en los próximos días.





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