El cielo de Salamanca

 El cielo de Salamanca


EN estos últimos días, los medios han informado de un trabajo publicado por una investigadora de la Universidad Complutense que ha determinado la fecha exacta correspondiente a la disposición de astros pintada por Fernando Gallego en la bóveda de la primera biblioteca de la Universidad de Salamanca. Conmueve pen-sar que una obra que tiene más de quinientos años, de la que apenas queda un tercio, no sólo sea un inventario de los cuerpos celestes entonces conocidos, sino la instantánea de una determinada hoja del calendario: la del 13 de agosto de 1475.

Lo que queda de esa bóveda está hoy en una sala del Patio de Escuelas Menores, después de que fuera allí trasladada hace setenta años. Pocos saben que el Cielo de Salamanca –que no fue así denominado hasta que Laínez Alcalá lo hizo en 1951− no sólo recorrió los cien metros que habrá desde su ubicación original en el Viejo Estudio, sino que antes viajó a Barcelona para formar parte de la exposi-ción de arte sacro que se hizo en el Palacio Real Mayor de la Ciudad Condal con motivo del XXXV Congreso Eucarístico. Afortunadamente, Tovar estuvo atento y aseguró el retorno, aunque por el camino quedaran esas sinopias de Leo y de Centauro que el Tribunal Supremo confirmó como nuestras hace poco más de tres años.

Pocos saben, también, que la bóveda permaneció olvidada durante siglos –oculta sobre la nueva techumbre que cubrió, y aún cubre, la capilla de la Universidad–, hasta que García Boiza dio en 1901 la buena nueva de que algo quedaba de esas pinturas que describieron aquellos cronistas contemporáneos a la llegada de los españoles a América. Hoy, casi nadie recuerda que fue este profesor de Villafuer-te de Cantalpino quien redescubrió uno de los iconos esenciales de nuestra ciu-dad, convertido en logo de nuestra Capitalidad Cultural Europea de 2002.

Que una investigadora de la Universidad Complutense nos anime a contemplar nuestro pasado a través del ojo de la cerradura, que genere curiosidad entre los que sentimos el Cielo de Salamanca como propio, demuestra que la ciencia emo-ciona al ciudadano de a pie. Pocos saben, una vez más, que la datación del firma-mento que plasmó Fernando Gallego sobre la cal ya fue objeto de preocupación de numerosos autores, y que, de la mano de la astronomía, hace décadas que ese 13 de agosto de 1475 fue propuesto como una de las posibles fechas de esa dis-tribución. Sin embargo, la universidad de nuestros días, la del algoritmo servil a las redes, la de la burocracia infinita, premiará a la institución madrileña en algún ranking internacional porque alguien supo dar trascendencia pública a este estu-dio.



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