Tocapelotas

 Tocapelotas


Por una razón o por otra (por una sinrazón o por otra) no hay día sin que los medios de comunicación nos obsequien con alguna bufonada/rufianada atribuida a los independentistas catalanes. Son ganas de dar la tabarra, de ejercer de mosca cojonera y de dejar claro que esos políticos mediasbragas siguen ahí, estemos dormidos o despiertos, como el dinosaurio de Augusto Monterroso en versión racista-supremacista. No se conformaron en su día los Pujoles con las treinta monedas de Judas, sino que querían afanar, como mínimo, el tres per cent. Lo lograron con creces. Ahora, los herederos de aquellos grandes saqueadores, tocapelotas, expertos en mordidas, extorsiones y coimas, andan a la greña y, pugnaces ellos, siguen reivindicativos en pro de causas cada vez más desacreditadas.

Porque los grandes puntales de su cansina matraca se cuartean. Apenas quedan rastros sostenibles del argumentario que insufló vigor a las soflamas de antaño. Por ejemplo, decían que la verdadera democracia está en las urnas: falso, en el caso de que se convoquen esas urnas quebrantando la ley; España nos roba: falso, más bien es Cataluña la que ha estado esquilmando al resto de la nación; Cataluña será más rica y feliz fuera de España: falso, porque en ese supuesto no solo quedaría fuera de España, sino también de la Unión Europea; en la Guerra Civil Cataluña se alzó en armas contra Franco: falso. Conviene recordar cómo a la entrada de las tropas franquistas en Barcelona en enero de 1939 la burguesía catalana aplaudía enardecida al “soldado de España” (no hay más que echar un vistazo a la Vanguardia Española del 27 de enero, donde se podía leer en grandes caracteres: “Barcelona para la España invicta de Franco”, o “Manresa por el caudillo”, y así sucesivamente).

Ser partidario del independentismo es legítimo. Pero no lo es recurrir a métodos mafiosos, a la negación de la verdad, al autoritarismo de la mentira, al chantaje aprovechando que tienen al Gobierno bien asido por donde todos sabemos. Les queda el recurso de la educación. Saben que en el terreno educativo la ideología inoculada acaba dando sus frutos al cabo de los años. Por eso no dejan que cada uno hable o estudie en la lengua que le dé la gana, sea catalán o castellano.

El ministro Castells ha dimitido. Pasó como por un cristal, sin romperlo ni mancharlo, pero tiene su pizca de dignidad. No lo han echado, como a sus colegas de la anterior purga. La Ley de Universidades la hereda su sucesor, propuesto por la Colau. Aprovechará para darle al proyecto legislativo otra vuelta de tuerca, lógicamente, para peor, dado que este hombre sirve a una alcaldesa no muy familiarizada –por ponerlo suave— con el mundo académico e intelectual. Lo que hay que hacer es nombrar ministra de Universidades (o de lo que sea) a Bárbara Rey.



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