Marta y las envidias

 Marta y las envidias


NO puedo con España, con esta España que no sé de dónde ha salido. Hasta hace unos años mis primeras medidas a tomar cuando alcanzara la presidencia del Gobierno -algo que ya no se me pasa por la cabeza habida cuenta del desprestigio del cargo- eran prácticas, draconianas para este sociedad tan estúpidamente correcta, pero sobre todo claras y muy concretas, como la reducción salvaje del gasto público -limitado prácticamente a unas muy bien dotadas Sanidad, Educación y Defensa-, o el cierre desde el minuto uno de todos los medios de comunicación de titularidad pública salvo RTVE, que estaría exclusivamente al servicio de la educación y la cultura, excluido el opio del pueblo, el fútbol. Se acabarían las compras masivas de votos con subvenciones tan descaradas como los cheques-regalo por cumplir 18 años, o la escandalosa manipulación de las noticias que hace que la realidad y la verdad sean hoy entelequias.

Pero hoy añadiría por vía de urgencia un plan nacional contra la envidia, que es a la postre nuestro principal problema como sociedad y la que nos impide avanzar a la altura de nuestro verdadero potencial. La envidia, secularmente, nos carcome como individuos y como nación. El español envidia hasta a quien no conoce de nada; no envidia solo lo material, la personalidad o la belleza del prójimo, envidia lo que sale de su febril y sucia imaginación. Somos, todos, rehenes de mentes enfermas que te acusan de ser y de estar y lo que no perdona es la felicidad, cualquier estado de felicidad.

Acabamos de ver las tonterías que se han dicho ante el anuncio de Marta Ortega como inminente presidenta (no ejecutiva) del imperio de su padre, Inditex. Hasta la Bolsa se atragantó con la noticia, perdiendo en una sola jornada casi seis mil millones de euros. Y todo porque la hija del dueño, según parece, sólo podría dedicarse al macramé y a los concursos hípicos. Mi tesis ya la saben: aparece una mujer y saltan todas las alarmas. Aquí tuvimos a un presidente (ejecutivo, y vaya si ejecutó) de Caja Duero que, sin tener ni idea ni de empresa ni de economía, hizo desaparecer la entidad y con ella mucha de la riqueza social de Salamanca. Pero no pasó nada más allá de un tupido velo. Porque si hay alguien que en España no es envidiado es el malo, el torpe, el caradura, el mediocre, el arribista. La España hostil.



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