Alfonso y Paco

LA primera vez que escuchamos con cierta atención a Francisco Igea tomaba posiciones en la batalla de convertirse en el próximo presidente de la Junta como líder de Ciudadanos, un partido que por entonces presumía de tener cierta credibilidad. Igea repartía mandobles dialécticos a diestra y a siniestra, pero su lengua más afilada la aplicaba en el empeño de aclarar que si de Ciudadanos dependiese, el PP pasaría inmediatamente a la oposición después de tantos años de gobernar a lomos del clientelismo y la soberbia. “Tras 32 años de mayoría absoluta del PP —repetía ante cualquier micrófono que se le acercase los días previos a las elecciones—, Castilla y León necesita urgentemente una regeneración”.

La segunda vez que escuchamos con atención a Igea, sería tras esas elecciones del 26 de marzo de 2019. Su discurso había dado un sorprendente giro de 180 grados. No solo se desdecía de todo lo anterior sino que parecía encantado de ser la muleta que permitiera al PP seguir gobernando a pesar de haber perdido las elecciones. De hecho, ahí iniciaba un apasionado romance con Fernández Mañueco, convenientemente bendecido por Inés Arrimadas. Paco y Alfonso, como se llamaban el uno al otro, terminaban convirtiéndose en dos tiernos y apasionados tortolitos que no solo sumían al personal en el desconcierto, sino que empalagaban un poco por la impudorosa puesta en escena.

La tercera vez que escuchamos con atención a Francisco Igea, otro inesperado giro de 180 grados lo había devuelto a su curro diario en el Hospital de Palencia. Su Alfonso del alma, tras echarle un vistazo a las encuestas de intención de voto, le había cantado a voz en grito “Se nos murió el amor” como la mismísima Rocío Jurado, acusándolo de haberle puesto los cuernos a sus espaldas con algún otro partido de la oposición. De nada sirvió que Paco difundiese los whatsapps privados con los que trataba de convencernos de que todo era una traición urdida por una persona ansiosa del poder más absoluto.

¿Qué otros giros inesperados nos ofrecerá la trama próximamente? Y sobre todo, ¿cuánto aguantará el público en las butacas siguiendo una obra de intrigas, amor, celos y traiciones sabiendo que lo que menos parece importarles a sus guionistas y actores es el bienestar y las ilusiones de la gente?