Valentín Martín el memorioso 

 Valentín Martín el memorioso 


La niña bonita, desde siempre, fue muy respondona y dada a la lógica y a la polémica.

-Cualquiera diría que te he educado en un colegio de jesuitas.

Como si la pobre criatura supiera con apenas cuatro años lo que era la Compañía de Jesús, cuya mole de piedra, solemne y sempiterna, se yergue en el Paseo de San Antonio donde cenamos a la salmantina, morcilla, croquetas y tabla de ibéricos, con Valentín Martín, que ha venido a la Salamanca de sus veinte años a recordarnos el peso de la Calle Compañía, ahí por la Pontificia donde mi prima Katia restaura los libros de una biblioteca infinita. Los jesuitas le ofrecieron en bandeja municipal al alcalde Jesús Málaga una huerta fecunda para solaz de todos y antes, un ala heladora al primer Instituto de Enseñanza Secundaria para las mujeres donde estudiara y situara su novela queridísima Carmen Martín Gaite. Es la memoria de piedra de una Salamanca que recibe a Valentín y a Teresa con sol y cielo azul de puro tirante, y pienso en Pablo Klein, el protagonista de “Entre visillos” que decía que en ninguna ciudad de Europa había sentido un frío como el nuestro, azul, limpio, luminoso… helador.

-Aquí el único que se acuerda de José María Martín Patino es tu amigo Ignacio Francia.

Y yo, que tengo a Nacho Francia en el altar de mis devociones, hago un gesto feliz y me apunto el preguntarle sobre el hermano jesuita de Basilio Martín Patino, el anarquista irónico que reinventó el cine documental en un país con canciones para después de una guerra que enviaba cartas a Berta con la misma sagaz inteligencia preclara con la que escribe artículos Valentín Martín devenidos en libro. Un Valentín que ante mi cara de curiosidad nos cuenta que, aunque Tarancón se llevara el mérito de desmontar la relación entre la Iglesia franquista y la primera Transición, fue José María, aquel sabio que era su secretario, el que aconsejó y obligó con su fuerza de soldado de Cristo, a los párrocos y a los obispos a volver a su labor pastoral, dejando de actuar como guardianes del movimiento.

Tiempos de grandes personalidades. La talla humana e intelectual de Martín Patino se alza como un ciprés por encima de los escasos méritos de nuestros actuales políticos que ni han estudiado más que la carrera mínima, ni han trabajado en otra cosa que el ejercicio de medrar. Tiempos épicos de diálogo como los que propiciaba el jesuita salmantino que recordamos con pena desde la estupidez sórdida y vacía del actual discurso político. A cada tiempo lo suyo, cierto, y lo pensamos ahí, tan cerca de la mole de piedra de los jesuitas de Salamanca IHS. Ad maiorem Dei gloriam. Valentín hace un gesto divertido, y la rememoración se hace de nuevo cercana y llena de gracia.

-Quién le iba a decir a Salamanca que sería uno de Lumbrales el que cambiaría las reglas del poder en la España de entonces.

A Valentín, por lo valiente y sabio también se educaría en un colegio de jesuitas contestones… o casi, a mayor gloria de su talento.

 

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.



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