Entre el aquí y el allá

 Entre el aquí y el allá


Seguramente entre el aquí y el allá hay muy poco espacio y casi ningún tiempo, cada vez menos. ¿Tenemos prisa para morir? Creo que no, salvo en circunstancias complejas que no toca evaluar en esta columna de opinión. Para lo que sí tenemos prisa muchas veces es para quitarnos el muerto de encima, y nunca mejor dicho. Me resulta muy desagradable esa prisa de última hora, en la que tienes el tiempo contado para celebrar las honras fúnebres. Media hora, y si puede ser menos mejor, que nos cierran el cementerio, que hemos quedado a esta hora o tal otra para darle sepultura. Olvídese de velar al muerto, “menuda tontería, si ya no le haces nada”. A mí esto último me suena a justificación barata y a una manera muy pobre de escurrir el bulto. Entre el aquí y el allá independientemente del tiempo y el espacio, si nos preciamos de humanos, quizá tendríamos que nadar en un mar de sentimientos ante la pérdida de un ser querido. Sin embargo, nos cuesta cada vez más nadar y afrontar la realidad. Preferimos flotar entre ansiolíticos y relajantes, ingenuos de nosotros, pensando que el dolor, la rabia, el sufrimiento… desaparecerán por arte de magia. Por suerte, aunque no lo crean, no es así, mal que les pese a las todopoderosas industrias farmacéuticas que tanto luchan por hacernos la vida agradable, disculpen la ironía. Entre el aquí y el allá se trivializa cada vez más el proceso de despedida.

Normalizamos expresiones desafortunadas que si de micromachismos se tratase ya estarían más que condenadas. No sorprende escuchar cómo al finado se le llama fiambre, ni tampoco hablar de churrasco en alusión a la incineración. En fin, a mí, gracia lo que se dice gracia, no me hace mucha, sobre todo cuando a lo largo de la vida he vivido la despedida de tantos seres humanos, siempre queridos por alguien, más allá de la edad. Que esa es otra, si la persona fallecida ya tiene una edad como que da igual que uno se muera, increíble pero cierto. Una cosa es encajarlo de otra manera y otra es que nos dé igual. Mire usted, que los sentimientos mandan, independientemente de la edad y a más años más vivencias, más recuerdos y más momentos compartidos. Parece que cada vez cobra más fuerza lo del muerto al hoyo y el vivo al bollo, creo que se nos está yendo la olla. En fin, a mayores, entre el aquí y el allá está la ley que dice textualmente: “Concedo permiso para que se dé sepultura a su cadáver, transcurridas que sean las veinticuatro horas siguientes a la del fallecimiento”, seguramente obsoleta y trasnochada pero vigente a día de hoy con lo que ello implica y complica. Quizá sea hora de revisar y replantear la normativa vigente, eso sí, a uno cada día le entra más la siguiente duda, cuándo decimos “descanse en paz”. ¿A quién nos referimos? ¿Al muerto o a la familia? Sin duda alguna la “cultura del descarte”, de la que habla el Papa Francisco, con los muertos se está llevando al extremo.



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