Ojo con el cambio climático

Hay mucha tontería con el reciente informe de los expertos en cambio climático. Los grandes mandatarios del planeta se lo han tomado como el estudio definitivo, el oráculo milagroso sobre el futuro de la Tierra. El secretario general de la ONU, António Guterres, avisa que se ha encendido la luz roja para la Humanidad, el norteamericano Joe Biden ha dicho que el mundo no puede esperar más para tomar medidas audaces, y hasta Pedro Sánchez ha despertado de la siesta en su palacio de Lanzarote para asegurar que el Gobierno “no es ajeno a la gravedad de la situación climática”. Parece una tontería de declaración, pero tratándose del hábil “evitaproblemas” Sánchez, supone una muestra de honda preocupación.

El trabajo de los 234 científicos de 66 países ha sido bastante exhaustivo y merece un respeto, pero tampoco es la Biblia. Se trata tan solo la primera de tres partes del sexto informe encargado al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU (conocido como IPCC por sus siglas en inglés). Estos señores llevan encendiendo luces rojas desde al menos 1990 (fecha del primer informe del Panel) y todavía estamos aquí.

El informe aporta datos apabullantes sobre el calentamiento del planeta y la evidencia de la acción del hombre como causa del cambio climático. Eso era obvio antes de conocer las conclusiones del estudio, y solo ‘frikis’ como Donald Trump se atreven a sostener lo contrario.

Asunto diferente son las predicciones sobre el comportamiento del clima en las próximas décadas. Ahí termina la ciencia y entra en juego la especulación. Los propios expertos plantean cinco escenarios radicalmente diferentes, tanto que en el primero la temperatura media de la tierra habría subido solo 1,4 grados a final del siglo XXI, es decir, que seguiríamos prácticamente como estamos ahora, y en el quinto aumentaría 4,4 grados, de forma que en 2100 estaríamos al borde de la extinción.

La temperatura de la Tierra ha subido 1,2 grados y el efecto invernadero por la emisión de CO2 y metano está causando graves desastres, según el IPCC. Y es cierto, pero también es verdad que el planeta tiene ahora más vegetación que hace cincuenta años (el CO2 favorece el crecimiento de las plantas), que el número de muertos en catástrofes naturales ha caído de forma notable en la última década y que, si bien algunas zonas del globo sufren incendios terribles, en España desde los años noventa la superficie quemada ha ido cayendo y en los últimos diez años ha sido la menor en medio siglo.

Pero el asunto más peliagudo llega cuando abordan las medidas para evitar la subida de la temperatura. Desde luego, no se apuesta por la energía nuclear, que es sin duda una de las más limpias y rentables, sino por la descarbonización, la reducción al máximo de los combustibles fósiles y la inversión en energías renovables. Un plan muy atractivo, pero con un serio inconveniente: de nada va a servir que los países de Occidente, los más desarrollados, nos apliquemos duras restricciones de producción e invirtamos cientos de miles de millones para reducir emisiones de CO2 (emisiones que llevan treinta años cayendo en los países desarrollados) si China, India, Brasil y otros países emergentes no hacen lo propio sino lo contrario, produciendo allí lo que dejamos escapar aquí.

¿No se han preguntado por qué sigue subiendo el petróleo mientras el coche eléctrico reemplaza al de gasolina o gasoil en tantos países? Pues porque la OPEP calcula que la demanda de crudo seguirá creciendo al menos hasta 2060, no en Occidente, donde seguirá bajando, sino en los países emergentes, donde subirá.

Corremos el peligro de hacer el primo también en esta batalla del cambio climático. No hay que volverse locos ni permitir que las prisas y el radicalismo nos conviertan en los paganos de esta fiesta.