Lágrimas negras

 Lágrimas negras


Desde hace unos días, Manuel se despierta con lágrimas negras en sus ojos. Incluso durante la mañana, de forma involuntaria, ese surco de agua, sal y ceniza regresa a su agrietado rostro, el que evidencia con orgullo sus 85 años, todos los que ha pasado en su pueblo de la sierra de Ávila. Manuel no puede evitar la invasión de una tristeza infinita al contemplar cómo su particular paraíso terrenal es ahora un desierto ennegrecido, en el que humean rescoldos calientes del que ya es, oficialmente, el peor incendio de la historia en Castilla y León.

Lágrimas de unos vecinos que han sufrido una doble ración de miedo, al abandonar sus casas ante la amenaza de las llamas y al regresar horas después con el temor de no saber qué se encontrarían. La visión ha sido dolorosa, un pinchazo que se clava en lo más profundo, lo sabe bien Manuel, quien ha perdido las fincas que heredó de sus abuelos, las mismas que limpió, podó y cosechó con esmero durante décadas. Las que iba a dejarles a sus nietos. La huella humana de un incendio es inextinguible.

Pero también hay otras lágrimas incontenibles, limpias y puras, que han nacido al ver la respuesta solidaria de muchos. Ayuda en forma de camiones de paja, de bidones cisterna, de bocadillos o de mensaje de ánimo, todo suma cuando la sociedad se muestra como tal. Adiós al radicalismo imperante para ser más humanos durante unas horas.

Tiempo habrá para pedir y escuchar explicaciones, preguntas y respuestas pertinentes sobre si se pudo actuar mejor o más rápido, pero lo que sí ha evidenciado la catástrofe de Navalacruz es que nos estamos quedando atrás. Como un fruto madurado al calor del cambio climático, estos ‘macroincendios’ están cambiando el escenario sin previo aviso. Bien lo saben en Ávila, también en Grecia, Turquía o California.

Decía el presidente Mañueco, chaleco de campaña incluido, que este incendio nos va a enseñar muchas cosas. Pues a ver si esta vez aprendemos rápido porque puede ser tarde. La ciencia y la tecnología, al igual que durante la pandemia, deben ser la respuesta. Pero no hay progreso si no es de la mano de la inversión y del respeto a los expertos. En esto, los políticos, como en tantas cosas: oír, ver, callar y aprender, y luego, si toca, ejecutar. Sin protagonismos por mucho que cueste.

Y si tienen dudas, que le pregunten a Manuel. Lo encontrarán sentado, mirando hacia las tierras de sus abuelos, esperando a que el verde se abra paso entre un mar de lágrimas negras.



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