El arte de la conversación

 El arte de la conversación


La notoria presencia de Dorothy Nevill en la agitada vida social londinense de finales el siglo XIX y principios del XX es un indicio de la consolidación de los valores más retrógrados entre los miembros más cultivados de la aristocracia británica: Dorothy Nevill trabajó sin descanso para la muy conservadora Primrose League. Ello no le ayudó, sin embargo, a ser recibida por la reina Victoria. La reputación de Nevill y sus escarceos actuaron como un poderoso muro de contención moral.

Se apunta a Dorothy Nevill como el foco principal de las reuniones del ‘todo Londres’ (reconozco que es esta una manera inexacta de reproducir una situación más bien campestre: ya en 1851 Nevill adquirió una extensa propiedad rural en Sussex). Su principal herramienta: una poderosa conversación regida por un principio sencillo y a la vez perentorio: el real arte de la conversación no consiste solo en decir lo correcto en el sitio correcto, sino también en dejar como no dicho algo inapropiado en un momento tentador.

Es probable que, sin desearlo, esté prestando demasiada atención al decisivo papel comunicativo del silencio en algunas culturas. Pierre Daninos supo verlo cuando afirmaba que, en Inglaterra, el arte de la conversación consiste esencialmente en saber callarse. En el mundo anglosajón, a diferencia de lo que suele ocurrir en tierras mediterráneas, las cosas funcionan en la conversación más o menos como conjeturó el filósofo, antropólogo y lingüista H.P. a mediados del siglo XX. Fue especialmente famoso su artículo titulado ‘la lógica de la conversación’, que algunos, con ironía, retitularon ‘la lógica de la conversación anglosajona’, que puede refinarse como hizo Sydney Smith: “Él tenía destellos ocasionales de silencio, lo que hacía perfectamente deliciosa su conversación”. Más brutal (¿brutal?), por certero, fue Josh Billings cuando, cercano ya el final del siglo XIX, destacaba al silencio como uno de los más sólidos argumentos a la hora de refutarlos.

He intentado vender el silencio en su papel comunicativo en la cultura anglosajona. Conversar bien es decir la verdad, es hablar con claridad, es dar información nueva al oyente… Es saber guardar silencio (¡Cállate la boca!) cuando las circunstancias lo propician.

Ni una de esas características es propia del lenguaje político español: no se dice la verdad, se usa el sinergio (ese lenguaje inescrutable de la administracion pública), se insiste en dar informaciones mil veces dadas, es no saber guardar silencio. Vale, me callo.



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