Canción de despedida del verano

 Canción de despedida del verano


Cuando el verano se acaba, las casas se llenan de piratas y nostalgias. Los corsarios de pega, apenas unos aspirantes a lobos de mar, revisan los rincones en busca de tesoros de recuerdos y la melancolía se prende en sus corazones y les hace enfermar de tristeza por todo lo que han de abandonar.

¡Qué difícil deshacerse de las tardes infinitas al borde del mar, cuando uno mira el horizonte sin esperar alcanzarlo¡ ¡Qué extraño pensar que, en breve, todas las horas en silencio, donde solo el viento cantaba en los oídos, se llenaran de palabras repetidas. El verano se escapa, como siempre, a una velocidad furiosa, después de habernos regalado días eternos. En la lontananza, septiembre acecha como un buitre esperando a que su presa cierre los ojos para comenzar a devorarla. La obligación y la rutina visten mantos oscuros y el temor a los días iguales comienza a provocar ansiedad, antes de que el estío agote su calendario y el otoño arranque las hojas de los árboles.

No resulta sencillo aceptar esta vida dividida en estaciones que nos marcan los plazos de la vida; tampoco es fácil restaurar todas las heridas del invierno en esa corta primavera de esperanzas y recuperarse en el verano siempre fugaz. Cada etapa del año tiene su encanto, pero la incertidumbre de septiembre le roba el suyo al mes del volver a empezar. ¿Nosotros, los de entonces, seguiremos siendo los mismos tras este nuevo verano que se fue? ¿O seremos otros con un año más vivido y uno menos por vivir, pero sobre todo con la necesidad de volver a esa actividad frenética que nos impone la vida cotidiana de todos los meses que suceden y anteceden al verano y las pocas ganas de hacerlo?

Playas, montes, paseos, una caiphirina, un daikiri o un spritz, risas de madrugadas acortadas por la covid, películas a media tarde, guarecidos de un sol de justicia antes del recorrido en bicicleta a la puesta del sol… La lectura, la música, conversaciones sin ínfulas, un baile furtivo y un beso a bocajarro, a la mañana siguiente del amor olvidado en las sábanas de la costumbre, la luna azul y luego la llena, con el recuerdo aún de aquella lluvia de estrellas.

El verano es todo eso y la magia sin conjuro, donde los hechizos no requieren más que fijarse en el paisaje y quedarse fundido en él. O tal vez no.

Tal vez todo ese tiempo distinto no es más que el puro espejismo que se produce al separarse un poco de la realidad y que se agranda cuando se ha de volver a ella, sin remedio.

Se acaba agosto. Llega septiembre. Hagan acúmulo de todo lo vivido, arrópense con el regalo de la memoria, pero no dejen que les embargue la tristeza. Tal vez el otoño pueda traer incluso más belleza.



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