Resignarse es tirar la toalla cuando aún hay opciones, cuando hay un margen de mejora, y encima lo sabemos, por eso nos genera tanto dolor.

 Resignarse es tirar la toalla cuando aún hay opciones, cuando hay un margen de mejora, y encima lo sabemos, por eso nos genera tanto dolor.


 

Es posible que conozcas la siguiente oración, conocida como la Plegaria de la Serenidad:

«Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar
y sabiduría para entender la diferencia».

Yo siempre la he escuchado como parte del programa de los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos, pero diría que es usada en multitud de situaciones por públicos muy distintos.

A mí esta frase me parece de una sabiduría extraordinaria, pienso que es un gran lema de vida.

La aceptación bien entendida es maravillosa.

Saber aceptar desde la humildad y la serenidad todo aquello que no podemos cambiar me parece de un nivel de conciencia elevadísimo.

Aceptar sin poner resistencia, o poniéndola de inicio para luego trascenderla, es una de las máximas del hombre más importantes.

Te permite vivir y morir en paz. Creo que si llegas a ese estado de conciencia, ya lo has hecho todo a nivel de aprendizaje vital, el resto es un regalo.

Pero no todos estamos por esos menesteres tan trascendentales.

Lo que observo mucho más frecuentemente a mi alrededor es la aceptación mal entendida, es decir, la resignación.

La resignación no tiene nada que ver con la aceptación.

La aceptación es una de las bases de la paz interior, nos aporta una gran tranquilidad de espíritu.

La resignación nos conecta con la tristeza, con la indefensión aprendida y con la frustración.

Aviva algunas de las emociones más incómodas que podemos experimentar.

Resignarse es tirar la toalla cuando aún hay opciones, cuando hay un margen de mejora, y encima lo sabemos, por eso nos genera tanto dolor.

Es el opuesto a la proactividad de la que ya hemos hablado en otras ocasiones en esta columna.

Cuando algo no tiene solución, acepta que la vida es así, no te queda otra. Es la mejor actitud de todas con diferencia.

Pero si tienes margen de mejora, por pequeño que sea, actúa.

Y si no te atreves porque se te comen los miedos por dentro, busca cómo dar el mínimo paso hacia la solución.

Aunque tardes semanas, meses o años.

Cambia lo que eres capaz de cambiar, porque de verdad que esto son cuatro días y nadie te garantiza que no hayas consumido tres.

Te deseo un buen descanso y unas felices vacaciones. ¡Nos leemos a la vuelta!





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