La perla caribeña

 La perla caribeña


La Perla del Caribe, la isla del son, los puros habanos, los cayos, Martí, Lezama Lima y la Bodeguita del Medio (donde Hemingway trasegaba mojitos), la isla en la que en 1492 desembarcó Colón y que siglos después daría nombre al popular cubalibre, también llamado cubata por nuestras generaciones actuales o roncola en otros ámbitos sudamericanos, es hoy un infierno. Dicen los entendidos que el cubalibre se remonta a las lejanas y tristes fechas de 1898, cuando Estados Unidos nos ganó la guerra –hizo que Cuba fuera “libre”– y, al mismo tiempo, introdujo la bebida de cola (antes zarzaparrilla) en ese paradisiaco lugar también denominado “la llave del Golfo de México”. La idea de añadir ron a la cola debió de caer por su propio peso, habida cuenta de la profusión de destilerías y la ingente cantidad de plantaciones de caña que surtían a los ingenios azucareros. Años más tarde, los mismos norteamericanos “liberadores” de la última colonia española introducirían también las primeras guaguas (Wa & Wa Co. Inc.) para el transporte colectivo.

Cuba es probablemente el país hispanoamericano donde más se aprecia a los españoles, amor sin duda correspondido por los miles y miles de turistas que han disfrutado de las impresionantes infraestructuras hoteleras. Hace décadas eran los emigrantes quienes surcaban el Atlántico para hacer fortuna en la isla. Y, en efecto, muchas fortunas se hicieron allí y otras tantas se perdieron con la revolución, esa que, supuestamente, iba a acabar con las injusticias y desigualdades imperantes. Hay una escena en El Padrino 2 que refleja de manera magistral el mundo de corrupción, las conexiones con la mafia y la caída del régimen de Batista a manos de los barbudos de Sierra Maestra.

Pero la idea primigenia de los revolucionarios acabó en una dictadura férrea, cruel y no menos corrupta que la que habían venido a redimir. El castrismo derivó en castrato. Y así ha sido durante largos años en los que el pueblo –todo por el pueblo— ha padecido carencias y miserias sin cuento. Durante décadas, la cartilla de racionamiento ha constituido la base de una alimentación precaria. He conocido a colegas catedráticos de universidad que los fines de semana ejercían de taxistas para sacarse unos dólares y a músicos callejeros que con las propinas llegaban a ganar más que esos catedráticos. El verbo más empleado para ir tirando es “resolver” (“a ver cómo resolvemos, compañero”). He visto a gentes que tragando su dignidad ponían a la venta en cualquier mercadillo lo poco que les quedaba de valor en sus casas; a vividores, trapaceros y pícaros engatusadores de pánfilos turistas. Ahora el pueblo “redimido” se subleva y grita libertad. ¿Cuba libre? El dictador responde con palo y mano dura: “la orden de combate está dada”, dice el muy pendejo.



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