Una auténtica catástrofe

El último informe del INE sobre la población en España en 2020 pone los pelos de punta. La pandemia causó estragos en nuestro país, pero en unos lugares más que en otros. En el conjunto del territorio nacional creció ligeramente el censo, pero en Castilla y León, fue un año de auténtica catástrofe demográfica.

La despoblación en nuestra Comunidad ha pasado de ser un asunto preocupante cuando arrancó la autonomía allá por el año 1983 a ser una cuestión alarmante en lo que llevamos de siglo XXI y a convertirse en un problema terrible en esta tercera década.

Las cifras son escalofriantes. Mientras España ganó más de 61.000 habitantes durante el ejercicio pasado, Castilla y León perdió nada menos que 14.000. Fue de lejos la región más castigada y ella sola tuvo casi tantas ‘bajas’ como la suma de las otras cuatro que perdieron población (entre Asturias, Galicia, Extremadura y País Vasco se dejaron 18.000 vecinos).

Dentro de nuestra Región, Salamanca registró un comportamiento especialmente negativo. El censo decreció el año pasado en 3.123 personas, un 0,95% de la población. Salamanca tenía al final de 2020 un total de 328.000 habitantes, cuando en 1971 albergaba a más de 380.000 y hace solo diez años, a 350.000. No fue, sin embargo, la provincia que perdió más porcentaje de población, porque Zamora bajó un 1,26%, ni la más castigada en términos absolutos, porque en León se contabilizaron 4.170 censados menos, con una pérdida del 0,91%. Todas las provincias, salvo Ávila con un balance positivo de 260 personas, sufrieron despoblación, pero fueron las tres del Oeste las que concentraron el grueso de la sangría.

Con una perspectiva más amplia en el tiempo, la crisis demográfica de Castilla y León resulta igualmente intensa y grave. La Comunidad registraba 153.000 habitantes más hace diez años (2.540.000 por los 2.387.000 actuales) y llegó a tener casi medio millón más a mediados del siglo pasado (2.860.000). La Región tiene ahora menos habitantes que en el siglo XV, cuando en el mundo había 500 millones de personas. La población mundial se ha multiplicado por catorce mientras aquí hemos perdido personal.

La pandemia se ha cebado con los castellanos y leoneses durante 2020, porque la crisis ha frenado la llegada de inmigrantes (solo 8.700) y el saldo entre muertes y nacimientos ha sido el peor de toda España (22.500 personas menos; la siguiente es Cataluña con -21.600) pero eso solo justifica la debacle del año pasado. Lo que ha ocurrido en los últimos cuarenta años es la consecuencia de una tendencia de fondo, de la baja natalidad y la pérdida continua de jóvenes cualificados. Y es también el resultado de políticas inoperantes del Gobierno central y de la Junta de Castilla y León. Desde el gobierno de Demetrio Madrid al de Alfonso Fernández Mañueco, pasando por los de Constantino Nalda, José María Aznar, Juan José Lucas y Juan Vicente Herrera, la gestión ha sido un rotundo fracaso. Fracasó el antiguo Plan de Lucha contra la Despoblación y está cosechando todavía peores resultados la actual Agenda para la Población. Y por parte del Gobierno central y su Plan de Medidas frente al Reto Demográfico todo indica que se trata de humo de la fábrica de ilusiones Redondo, y del antiguo Plan del Oeste del socialista Jesús Caldera, que era el único que contemplaba inversiones reales y efectivas, nunca más se supo.

Así que habrá que seguir buscando soluciones porque esto va camino del desastre. Desde luego, ahora tenemos algo claro: hay que hacer algo diferente a las políticas aplicadas durante los últimos cuarenta años, que muchas veces se limitaban a incluir en el Plan de turno las partidas ya previstas en los presupuestos. Hace falta una política de inversiones reales y objetivos cuantificables: vamos a conseguir tantos habitantes más en estas zonas en este periodo de tiempo.

Y, por favor, no vuelvan a crear un comité de expertos que analice la evolución demográfica para ver si tenemos un problema. Que ya se lo digo yo, y gratis: tenemos un problema con la despoblación. Un tremendo problema.