La cola de la vacuna

 La cola de la vacuna


Disciplinado y entusiasta, acudí con los de mi quinta a vacunarme y la primera impresión fue de estupor. Una larga cola que llegaba hasta el parque de Würzburg anunciaba una mañana de paciente espera hasta entrar en agujas.

Afortunadamente no fue así. La cola iba tan rápida que en poco más de media hora estábamos a la entrada del Sánchez Paraíso. Pero en lo que duró la corta espera no pude evitar la curiosidad de recorrer la cola de arriba abajo. El merodeo resultó un entretenido cajón de sorpresas.

Cómo renunciar a observar de un vistazo el estado real de una generación de gentes de tu misma edad, independientemente de su riqueza o su vida anterior… En aquel paseíllo encontré compañeros de pupitre del colegio a los que llevaba décadas sin ver y remotos amigos de alterne y fiesta por los garitos de La Gran Vía o la calle Meléndez, cuando eran abrevaderos de moda. Algunos no llegaron hasta aquí.

Tipos más o menos gordos, mujeres de mejor o peor ver, con los que uno tendía a compararse, componían la instantánea perfecta y sin retoques de una generación que acudió a las aulas de la Universidad en las postrimerías del franquismo o se dedicó a negocios y oficios varios asentados en la ciudad.

Cómo no dar parte, tras recorrer la cola, de aquellas conversaciones oídas sobre la idoneidad de la AstraZeneca , sobre la Pzifer o de la reacción que le hizo a su cuñada la segunda dosis -en cambio, a su hermana, nada- con una suficiencia de inmunólogos de toda la vida….

Llegado a boxes -palabra de moda- el personal sanitario nos preguntó educado por las alergias y, finalmente, tras el pinchazo cuidadoso, reposamos un cuarto de hora con disciplina conventual. A la salida por la puerta de toriles muchos hacían la V de la victoria mientras los familiares les retrataban, recién inmunizados, para el álbum de la posteridad

Hay que agradecer a nuestro sistema sanitario la diligencia y amabilidad con lasl que nos han tratado y celebrar la cola de la vacuna por permitirnos constatar cómo estamos, de físico y raciocinio, los que nacimos en el cincuenta y tres.

No sale mal el retrato. Ojalá no nos lo tengamos que volver a hacer.



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