Contra la meritocracia

 Contra la meritocracia


Hemos decidido igualar a todo el mundo por abajo en los niveles culturales, formativos, educativos… Lo importante no son ni el esfuerzo ni el mérito sino el igualitarismo sin el uno ni el otro. Ahí tenemos, si no, a la ley Celaá, que propone pasar de curso en Primaria, Secundaria y Bachillerato con dos suspensos.

Es una manera de primar la pereza y el desdén por las asignaturas molestas y dar al mal alumno no la igualdad de oportunidades con el mejor, sino una prima a la desgana y a la ignorancia. Es una manera, también, de desigualdad, ya que sólo las élites económicas y culturales pueden llevar a sus hijos a colegios privados de calidad donde se escapen de estas prácticas de empobrecimiento cultural.

La nueva Ley de Educación es el penúltimo ejemplo de esa igualación por abajo, de ese empeoramiento de la sociedad, de ese potenciar a los peores en una carrera que nos conduce a la inanidad. Sucede lo mismo en otros órdenes de la vida, como esa igualdad a la mujer que no es tal, sino quitarle los estímulos para ganar las cosas por su propio mérito y no por una condición sexual que no requiere más exigencia. La tan cacareada paridad no es tal, sino un premio a la falta de esfuerzo, una prima a las peores frente a las mejores, otro ejemplo de preterición de la meritocracia, de afrenta a las mejores.

Podríamos seguir con ejemplos como éstos ad infinitum. Uno de ellos es el de la proliferación de las subvenciones sin ninguna exigencia a cambio, sin estándares que justifiquen la dádiva en vez de propiciar la voluntad y el carácter, ya que la mejor ayuda a quien está sin trabajo, por ejemplo, no es darle una subvención, sino un empleo.

Hay excepciones, por supuesto, situaciones en las que sin ese apoyo, sin ese plus de solidaridad, resulta difícil salir adelante. Pero no es de esto de lo que hablamos, sino de premiar a quien no se esfuerza frente al que se arriesga, se atreve y pone en valor sus conocimientos, sean estos los que fueren.

Así, día a día, quizás nos igualemos unos a otros, pero serán los mejores quienes acaben siendo iguales a los peores y no al revés.

Enrique Arias Vega



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