Una de romanos

 Una de romanos


Cuando me mudé a Bruselas, hace una eternidad, sentí por primera vez en mi vida que vivía en el centro de algo y no en el lejano oeste, aunque fuera un Oeste geográfico, en versión peninsular y sin pistoleros ni diligencias. En mis años salmantinos era joven y prestaba poca atención a estas cosas de la localización y los transportes y, sin embargo, qué agradable sensación es la de vivir en una ciudad a la que todos van (no de la que muchos se van) bien conectada por tierra y aire e incluso por un túnel bajo las aguas del Canal de la Mancha. En esta, como en tantas otras cosas, el tiempo ha ido corrigiendo mis apreciaciones y he tomado buena nota de las lecciones de la historia porque, aunque Salamanca no fuera centro de nada, se convirtió en la ciudad espléndida que fue por ser lugar de paso de una calzada romana importante como ella sola: la Vía de la Plata

Fue esta una calzada por la que nunca circuló la plata, pero sirvió para comunicar Astúrica Augusta con Emérita Augusta; esto es, Astorga con Mérida, aunque luego se haya convertido en una carretera de Gijón a Sevilla que atraviesa el Oeste español, ese lugar de singular belleza y territorio olvidado de todos los que no son turistas de fin de semana ni quieren ir a Portugal. Carretera que, por mor de los políticos que la convirtieron en autovía A-66, pasa por León y no por Astorga, cosas de los trazados y sus caprichos; y carretera que, si yo tuviera tiempo por delante, me afanaría en recorrer y visitar en cada uno de sus ochocientos kilómetros, un viaje maravilloso que algún día espero hacer.

Los romanos, gente práctica a la par que inteligente, idearon esta vía para su provincia hispánica como idearon otras vías similares para facilitar el tránsito de legiones primero y de mercancías después por todo su imperio. De ella nos han quedado varias muestras en nuestra provincia entre puentes, restos de la antigua vía y miliarios como los de Calzada de Valdunciel, que van proclamando que nuestra Salmántica era una etapa importante en ese camino. Y que, de esa importancia, de ser frontera con aquella Lusitania (a la que Roma le negó el sueldo de los traidores que terminaron con nuestro vecino Viriato) y de ser un lugar de paso del Camino de Santiago que remontaba desde el sur, fueron quedando Universidad, monumentos, presencia nobiliaria, ciencia, escritores, prestigio y tantas otras cosas que ahora si no vienen de Madrid no nos las explicamos. Y de Madrid ya no viene ni el tren últimamente.

La Hispania romana no era radial y el Oeste gozaba de excelentes comunicaciones. Aquello se perdió como se perdió el latín y en Salamanca nos hemos quedado en una lejanía absurda si nos paramos a pensar en los pocos kilómetros que nos separan de una capital a la que, nos guste o no, hay que ir de vez en cuando. En mi caso, a coger el avión y en el de muchos salmantinos (más de cincuenta mil, según los últimos datos de Instituto Nacional de Estadística) a ganarse el pan, qué remedio. Nos sirvieron un sucedáneo de alta velocidad en 2015, le cogimos gusto y con las mismas, entre el coronavirus y Renfe nos lo han escamoteado, como escamotean a todas las provincias de la raya de Portugal el derecho a ser algo más que los vigilantes de la frontera y el patio de recreo de ese Madrid que ahora será muy divertido, pero del que antes todo el mundo se escapaba el viernes por la tarde.

Ahora que vivo en el centro de Europa, donde el tren es como el metro y las fronteras se pasan (o se pasaban) con descuido e incluso cotidianamente, me doy cuenta de lo importantes que son la calzada, la vía del tren, el camino, la carretera, el canal, el río navegable y todo lo que circule por ellos para que la gente no se quede a vivir en un despoblado del que ni los gobiernos, ni las empresas, ni nadie se acuerda. La Vía de la Plata no pasaba por Madrid y hubo un tiempo que hasta tenía un tren propio, que se llamaba así: “Ruta de la Plata”, y que quizás tampoco fuera mala idea rehabilitar, sin necesidad de ponerle nombre de pájaro ni construir un apeadero futurista para la ocasión. Puestos a copiar de alguien, los romanos me parecen un modelo más que decente; “Sic fiat”, que decían ellos.



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