La traición tras diez años del 15-M

 La traición tras diez años del 15-M


Cuando se cumplen diez años del 15-M ya podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el movimiento de los indignados era tan solo el primer paso en un camino hacia la desilusión, el desencanto y la traición.

Hace diez años escribí, cargado con la indignación del momento, que los promotores de las sentadas de ‘Democracia Real Ya’ tenían sus cosas buenas y que su llegada podía aportar aire fresco al viciado ambiente de una democracia podrida por la corrupción y maleada por una generación de políticos abonados al engaño y al desprecio de los ciudadanos.

Entendía por aquel entonces, con las cortas luces de un observador benévolo, que el 15-M podía significar que los jóvenes se levantaran indignados si volvía por Salamanca un tipo como Jesús Caldera a prometer un Plan del Oeste, con AVEs, paradores y 60.000 empleos, para luego burlarse hasta de su memoria; que la indignación podía significar un castigo al PP si premiaba con el Senado (como finalmente hizo) al alcalde Julián Lanzarote que intentó aprobar el mayor subidón de impuestos de la historia; incluso presumía que a partir del 15-M los votantes no perdonarían al entonces líder del PSOE regional, Óscar López, tras asegurar en este periódico que los incumplimientos del Gobierno en Salamanca no iban con él.

Los tres protagonistas de aquellas jaculatorias han desaparecido de la escena política (López Óscar es ahora presidente de Paradores, un destino tan poco merecido como bien remunerado, aunque de nulo alcance político) pero la calidad humana de los mandatarios que rigen nuestros destinos y la salud de la democracia en España no han mejorado en absoluto.

A la vuelta de diez años ya sabemos que la ‘nueva política’ era más vieja y más rancia que la vieja representada por PP y PSOE. Podemos y Ciudadanos, representantes del cansancio con los partidos tradicionales, no solo no han recobrado las esencias de la democracia, sino que la han pervertido y han convertido el panorama político en un guirigay sin mayorías donde vuelven a salir beneficiados los de siempre, los enemigos de España.

Unidas Podemos se ha convertido en el exponente preclaro de la degradación de la utopía del 15-M. Tres años después de las concentraciones en todas las plazas de la nación, Pablo Iglesias irrumpió en la escena política, primero en las europeas y luego en las elecciones generales, como la nueva izquierda dispuesta a conquistar los cielos. Al poco tiempo descubrimos que tras la máscara de los indignados el partido del Coletas era un invento de profesores de ciencia política de la Complutense, trufados de comunismo estalinista y/o bolivariano, junto a anticapitalistas, marxistas y populistas de todo pelaje. El cielo de los podemitas era un chaletazo con piscina y su Democracia Real era tan solo un intento por destruir los pilares de la democracia (separación de poderes, Monarquía, unidad de la nación…) para reemplazarlos por una versión cutre a medio camino entre las dictaduras soviéticas y las satrapías de Irán o Venezuela.

Siete años después de la entrada de Iglesias y sus colegas en el Congreso de los Diputados, en el Gobierno y en instituciones regionales y municipales, no solo no han acabado con la corrupción, sino que se han convertido a día de hoy en el partido con más delincuentes y presuntos delincuentes de cuantos forman el arco parlamentario. Parece mucho decir, pero la lista de cargos implicados en todo tipo de delitos es larga como la coleta que se cortó el líder supremo: desde asistentes sin contrato, a becas ‘black’, ofensa a los sentimientos religiosos, tráfico de drogas, abusos a menores, prostitución, malversación de caudales públicos, agresiones a otros cargos y a fuerzas del orden, la niñera de los Ceaucescu pagada con dinero público, los sobresueldos opacos en la cúpula de la orgnización, el maloliente caso de la tarjeta de Dina Bousselham, y el propio partido imputado por pagos irregulares procedentes de subvenciones públicas a la consultora Neurona.

Y es que, una década después, hemos descubierto que el cielo de los indignados eran las cloacas. Sus cloacas.



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