Un peligroso aprobado general

 Un peligroso aprobado general


Me pregunto a cascoporro, sin anestesia: ¿Estamos educando en la cultura del esfuerzo, o fabricando vagos? Porque leo preocupado en primera de LA GACETA de ayer, que “Educación relaja de nuevo los criterios para aprobar el curso”; en segunda que “abre la mano”; y con la firma de Martín Díaz, que el curso pasado hubo motivos, pero “en el actual, tal argumentación no vale”. A mí eso me suena a un facilón aprobado general, aspiración histórica de los haraganes, o -como dicen en Hinojosa-, lagumanes. Reconforta leer seguidamente la entrevista a Ignacio González Ginel, primero del MIR en Salamanca y decimocuarto de España, en la que afirma que su nota “es fruto de mucho esfuerzo”. Mi aplauso.

Nuestra generación de postguerra, por no decir todas desde Virgilio, fueron educadas en el sacrificio, arremangarse y cavar, el ahínco (frente a quienes no la hincan). En resumen, sudar. Sabemos que el talento no está bien repartido, pero los hemos conocido con lo justito esforzarse como galeotes, superarse, y alcanzar metas soñadas por arrogantes listillos, que fracasaron. Hemos visto chicos inteligentes naufragar en la vida por no dar un palo al agua, y a faltitos o torpes, triunfar con una admirable diligencia. Algo tan sencillo -habiendo igualdad de oportunidades-, hay “expertos” que sostienen sin pudor que es mentira, o que es una trampa (¡). Que recuerden a Edison, para quien los inventos no eran accidentales, sino “el resultado del 1% de inspiración y el 99% de transpiración”. Opinión mantenida más tarde por Einstein (genio 1%; trabajo 99%). Y me parece que ambos personajes son dignos de crédito.

“Mi papá trabaja en la PSOE”, decían algunos niños andaluces cuando el cachondeo de los PER, mientras su progenitor gastaba en la taberna una renta no sudada. “Vámonos pa España, mai broder, que regalan una renta mínima vital ¡indefinida!”, dirán ahora muchos avispados. El ídolo de algunos jóvenes no es González Ginel, sino “el fumi de Morata”, ese personaje de José Mota que vive a costa de los padres, mientras sestea, fuma, bebe cubatas y presume de estatus, invitando a sus interlocutores a empatarles con un cínico “¡iguálamelo!”.

Cuidadito con ese relajo escolar, que suena a aprobado general.



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