Un lío incomprensible

 Un lío incomprensible


Deberíamos llevar a los altares a los científicos que se han dejado la piel para crear unas vacunas en un tiempo récord, pero la administración que las instituciones políticas de todo el mundo han hecho respecto a la vacunación ha sido un desastre.

El miedo que ha producido tanta confusión sería el mismo que si uno leyera los prospectos de gran parte de los medicamentos que se consumen normalmente y los tomara al pie de la letra. Un ejemplo: “reacciones alérgicas que pueden ser graves y, en ocasiones, producir la muerte. Diversas erupciones y otras reacciones cutáneas graves. Efectos adversos graves en el hígado. Inflamación del intestino grueso” son algunos de los posibles efectos secundarios de la amoxicilina, que es uno de los antibióticos más extendidos. Se consideran muy raros porque solo afectan a una de cada 10.000 personas que la toman. En cuanto al medicamento más popular del mundo, la aspirina, el prospecto oficial indica que entre una y 10 de cada 100 personas “pueden sufrir trastornos gastrointestinales (úlceras, sangrados), respiratorios (asma, espasmo bronquial), urticaria, angioedema y alteraciones de la coagulación”.

Las primeras reticencias surgieron con la vacuna AstraZeneca. Tras la administración de millones de inyecciones de esa vacuna se han documentado rarísimos casos de trombos con fallecimientos, a razón de un caso por cada millón de personas que la recibieron. Cualquier anticonceptivo oral presenta ratios mucho más elevadas de trombosis potencialmente mortales. Mientras que por cada millón de vacunados con AstraZeneca se evitan 120.000 contagios, 4.100 ingresos hospitalarios y 800 muertes.

Así las cosas, ¿cómo es posible que tanto la de AstraZeneca como más tarde la de Janssen se hayan puesto en tela de juicio? Una tesis nada despreciable es que se ha abierto la lucha entre las farmacéuticas. La clave estaría en el precio de las vacunas: cada dosis de la vacuna de Moderna cuesta alrededor de 50 euros; la de Pfizer, en torno a 35 euros, y la de AstraZeneca, 6 euros. Una diferencia tal que incita a someter a AstraZeneca a un acoso brutal para sembrar el temor y la desconfianza hacia ella.

AstraZeneca no fue capaz de desplegar una buena estrategia de comunicación, ni siquiera para defenderse de los ataques. Y eso ha sido un desastre pues, hoy, la sombra de una duda publicada en cualquier periódico y ampliado su eco por las redes sociales (con unos cuantos mensajes bien programados) vale para fabricar una noticia que dé la vuelta al mundo.



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