Romper el confinamiento para ayudar en Salamanca

 Romper el confinamiento para ayudar en Salamanca


El colectivo de los jóvenes está muy machacado, pero un altísimo número decidió dar el paso en el momento más duro para ayudar a los demás”. La directora provincial de Voluntariado de Cruz Roja, Laura Marcos, defiende un año después del primer confinamiento la labor que realizaron: el 48% de los que recibimos tenía entre 20 y 24 años. Son aquellos que optaron por romper el confinamiento para echar una mano en un momento en el que la principal franja de edad que posee la organización no podía prestar ayuda presencialmente. “Hicieron otro tipo de trabajo de llamadas de seguimiento, apoyo escolar, pero todos los mayores de 55 años no podían hacerlo presencialmente”.

Fue en el momento que llegaron manos de todas las edades, sobre todo jóvenes. “Fue una respuesta espectacular. Recibimos una avalancha de llamadas de gente que quería echar una mano con más de 700 voluntarios durante toda la pandemia”, incide la responsable. Entre esas manos se encontraban las de Ana Fernández, una joven que se había incorporado recientemente a Cruz Roja y estudiante de último año de Psicología que tuvo que dar un paso hacia adelante cuando llegó la pandemia. Su “bautismo” se vivió en el turno de noche del Centro de Atención a Personas sin Hogar donde pronto crearon un clima familiar con la ‘burbuja’ de diez personas sintecho que se creó en el espacio de ayuda. “Era una situación nueva para ellos porque durante todo el confinamiento el centro se convirtió en su vivienda. Ya fuera por problemas familiares, drogas, el clima fue positivo durante todo el tiempo que duró el confinamiento”. Ana iba prácticamente todos los días al centro. Los residentes también quisieron dar un paso adelante y se mostraron especialmente colaboradores. “De pronto, vimos como querían ayudar a preparar los lotes de comida para ayudar en los repartos cada mañana”, relata.

Surgieron clases espontáneas de español y árabe entre voluntarios y personas sin hogar de otras nacionalidades, intercambios culturales e incluso una celebración atípica del Ramadán. “De una situación compleja, todos nos quedamos con muy buen recuerdo”.

Ana Fernández: “Atendí a un médico contagiado para desahogarse por el miedo que tenía por su mujer embarazada”

La labor de Ana no se limitó al Centro de Personas sin Hogar. También formaba parte de los voluntarios que se encargaban de dar un apoyo emocional a las personas que llamaban. Una se le quedó grabada. “No se me olvidará la voz de un médico que había cogido la covid y era una persona súper activa. Se había aislado y toda su familia estaba preocupada por su estado de salud. Sin embargo, a él lo único que le preocupaba era que su mujer embarazada estuviese sola y hubiese tenido riesgo de haberse contagiado. Llamaba solo para desahogarse, algo que no podía hacer con sus parientes para no preocuparles”.

El regreso al voluntariado en plena pandemia. El caso de Juan Santa Martina es diferente. Fue voluntario hace años pero a sus 46 años la pandemia le pilló en Salamanca en casa de sus padres. “Me apetecía colaborar y el 20 de marzo llamé para ver cómo podía prestar algún tipo de ayuda”. Su experiencia como psicólogo le permitió ser un pilar dentro del teléfono de atención emocional creado por Cruz Roja, el primero de todas las instituciones en ponerlo en marcha. “Por una parte era difícil y por otra fácil porque la gente se enfrentaba a una situación que tú también estabas viviendo”, reconoce.

Juan Santa Martina: “Había personas que llamaban tanto por el miedo que tenían a contagiarse como a morir solos”

La mayoría de las personas que llamaba al teléfono eran mujeres y madres que pedían ayuda para sus hijos o maridos; mientras que otra parte importante era de aquellas personas con miedo. “Tanto a contagiarse como a morir solo era algo que les atenazaba”. El teléfono emocional servía también de nexo con el resto de atenciones que prestaba Cruz Roja de necesidades de apoyo a la alimentación, medicinas, trabajo o simplemente tirar la basura, tal y como recuerda Laura Marcos.

El principal miedo de Santa Martina era “el contagio de sus padres”. “Era pavor lo que tenía a no poder volver a verles así que tenía mucho cuidado”. Otro miedo que observaba en las personas era el propio “duelo” de la pérdida de las relaciones familiares y sociales, pero también de aquellos que no habían podido despedir a sus parientes. “Hablamos con ella para que pudiera empezar el duelo en su casa con una serie de estrategias”. Más de 700 personas respondieron al llamamiento de Cruz Roja, el 63% mujeres. Hoy siguen necesitando manos para ayudar.

“Me miró de frente y lloró solo por ayudarle a subir la compra”

A María Blanco le salió el instinto de ayudar tras declararse la pandemia. Sus estudios se habían interrumpido y su empresa había dejado de organizar eventos por la covid. “Estaba estresada en casa, dando vueltas a la cabeza con toda la gente que necesitaba ayuda”. Su entrada en Cruz Roja fue lo más natural posible. Hizo el curso de formación específico para la covid y pronto descubrió “una familia” en la que se tejieron “lazos muy fuertes”. Pronto se empezó a encargar de la preparación de los lotes de alimentos, en los que colaboraban las personas sin hogar. El Lunes de Aguas de 2020 fue su primera salida. “Realmente cuando entregas algo a esas personas, su cara es impresionante. Sin decir nada, solo con un gracias te hacen ver a través de sus ojos un mundo con un gracias de corazón por entregarle medicamentos, los alimentos. Algo que ellos no pueden hacer y que tú estás exponiendo tu seguridad”, reconoce.

Observó todo tipo de perfiles en aquellos primeros días. “Veías desde gente tranquila a personas que ya las veías muy agobiadas y muy tristes en un ambiente desolador. Yo siempre intentaba saludarles y preguntarles para darles un poco de calor y que por un momento no se den cuenta que estén encerradas en casa. La cara les cambiaba al vernos”, reconoce. Su experiencia de voluntariado le cambió la retina para siempre. Y lo traslada a través de un ejemplo muy clarividente. “Sales con la bondad subida. Al terminar un servicio según me iba para casa, vi a una persona mayor muy cargada con las bolsas y le ayudé. Me miró de frente con aquellos ojos verdes y lloró solo por ayudarle a subir la compra”. Volvió a la Universidad y dejó el voluntariado con una condición: disponible siempre que haya necesidad.



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