La “peña” salmantina que inspiró a Tirso de Molina

 La “peña” salmantina que inspiró a Tirso de Molina


Considerado como uno de los tres grandes dramaturgos del Siglo de Oro de las letras españolas —junto a Lope de Vega y Calderón de la Barca—, el madrileño Tirso de Molina (1579-1648), seudónimo de Gabriel Téllez, también tuvo, al igual que buena parte de los principales autores de la época, una estrecha relación con Salamanca y su provincia, donde su Universidad ejercía por aquel entonces como foco cultural, formativo y de pensamiento de primer orden en Europa.

Tirso no fue ajeno a este poder de atracción y en la década de los noventa del siglo XVI pasó por las aulas del Estudio salmantino y pateó buena parte de la provincia. Posteriormente serían varias las visitas y estancias que realizó por estas tierras charras. Algunas de sus obras son reflejo inequívoco del conocimiento que el religioso, dramaturgo y poeta tenía de Salamanca.

Algunos estudiosos vinculan sus estancias en Salamanca con algunas de sus obras más significativas. Es el caso de “El amor médico” escrita en 1620 tras una visita de Tirso de Molina a Salamanca recién llegado de las Indias. Y lo mismo ocurre con “El condenado por desconfiado” (1615), una obra en la que se debate sobre la predestinación y la Gracia, tema candente en las aulas del Estudio salmantino en esa época.

Pero no solo el ambiente y los debates teológicos y mundanos en el seno de la Universidad fueron partícipes en la posterior creación literaria del dramaturgo madrileño, sino que también su provincia, su paisaje, sus santuarios, sus posadas… sirvieron de inspiración para algún que otro texto dramático. Es el caso de la obra titulada “La Peña de Francia”, de 1612, una de sus tantas comedias religiosas, un género en el que alcanzó gran altura, con trama de trasfondo religioso pero con protagonistas que se alejan de la alegoría y la abstracción y abrazan la humanidad.

Y este es el caso. Pues aunque de corte hagiográfico, “La Peña de Francia” (incluida en la “Cuarta parte de comedias”) dedica “más espacio escénico a los ardides políticos y amorosos que a los procesos del santo con respecto al desengaño de lo mundano”, señala el historiador Alejandro Loeza.

Pero no es la única referencia explícita que sobre la provincia de Salamanca realiza Tirso de Molina en alguna de sus obras. Al igual que hiciera Miguel de Cervantes en el clásico “Rinconete y Cortadillo” y “En los baños de Argel”, este dramaturgo y monje mercedario también nombra Mollorido como un lugar de referencia en Salamanca en sus “Comedias históricas” y más concretamente en la que titula “Antona García”.

Mollorido, como recordara en su día Cervantes, era un antiguo poblado situado a medio camino entre Medina del Campo y Salamanca y bastante frecuentado por quienes viajaban entre Salamanca y Valladolid. En la actualidad está despoblado y pertenece a la finca La Carolina de la localidad salmantina de Cantalapiedra.

De sólida formación humanística y teológica, Tirso de Molina ha pasado a la historia de la literatura como uno de los mayores dramaturgos de las letras españolas. Ordenado monje mercedario en 1601, con 22 años, en la década de 1610 ya era un dramaturgo muy conocido en España. Obras como “El condenado por desconfiado”, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, “Don Gil de las calzas verdes”, “El amor médico” o “Los amantes de Teruel” forman parte de la dramaturgia más sobresaliente del Siglo de Oro de las letras españolas. Pero si hay un logro destacado en su creación literaria este es, sin duda alguna, la creación del mito de Don Juan, un personaje muy explotado posteriormente por un gran número de dramaturgos españoles.

Considerado por muchos estudiosos como un discípulo de Lope de Vega, el dramaturgo madrileño se aproxima más, en su estética y temática, a Calderón de la Barca, debido a sus recursos y artificios conceptuales más propios del barroco que de la fluidez de Lope. Pero Tirso tiene algo especial que le encumbra sobre el resto de dramaturgos del Siglo de Oro: una gran habilidad para mostrar sobre la escena la profundidad psicológica de sus personajes, especialmente de los femeninos.

La obra de Tirso es amplia, aunque desigual en el resultado, donde combina lo culto y lo popular, lo religioso y lo profano, porque a fin de cuentas lo que le interesa es explotar la finalidad lúdica del teatro y para ello pone en práctica infinidad de recursos dramáticos y una temática muy variada, que va desde la comedia urbana al drama bíblico, pasando por las comedias de santos. Esta afán por entretener es una de las claves del éxito de su dramaturgia.



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