Pregón Mayor íntegro de José Luis Martínez-Almeida

 Pregón Mayor íntegro de José Luis Martínez-Almeida



Señor Obispo de Ciudad Rodrigo-Salamanca, don José Luis Retana.

Ilustrísimo Señor Alcalde de Ciudad Rodrigo, Marcos Iglesias.

Presidente de la Diputación de Salamanca, Francisco Javier Iglesias.

Excelentísimas e ilustrísimas autoridades, señoras y señores todos de esta Antigua, Noble y Leal ciudad de Ciudad Rodrigo, joya del Campo Charro, de la Vieja Castilla y de toda España.

Dicta la tradición -y yo siempre respeto tradiciones tan sabias como esta- que todo pregonero mayor que se precie debe elogiar a la Corte de Honor del Carnaval del Toro por su belleza, pero mi pertinaz soltería me impone cierta circunspección en un punto -el de vuestra simpatía y elegancia- Sobre el que, en realidad, sobran las palabras.

Así que me limitaré a tomar prestados unos versos de vuestro célebre literato Feliciano de Silva, tan injustamente criticado por nuestro Cervantes, para elogiar a la Reina de este año, Paloma Alaejos, y a sus Damas, Estela Bajo da Costa y Ariadna Serradilla.

Pues con averme mostrado su rostro con resplandores

mis fuegos se han acabado con aver mirado el prado

rociado de sus flores[1]

Cumplida la tradición, quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento.

Muchas gracias, Sr. Alcalde por darme la oportunidad de estar en Ciudad Rodrigo, incomparable relicario de piedra de nuestra historia.

Muchas gracias también a Paola Martín Muñoz, concejal delegada de asuntos culturales del Carnaval por las amables palabras de presentación que me ha dirigido, palabras a las que querría contestar haciendo extensible también a ella la inspirada poesía de su paisano, Feliciano de Silva.

Mirobrigenses, resulta para mí un inmenso honor estar hoy en este Teatro Nuevo Fernando Arrabal para anunciar la llegada del Carnaval del Toro. Vaya por delante el testimonio de mi agradecimiento, de mi respeto y de mi cariño.

Quiero que mis palabras sirvan para que os llegue a todos vosotros, queridos mirobrigenses, el afecto y la admiración de los madrileños a los que hoy voy a representar y poner voz. Y esto es así porque entre nuestras dos ciudades hay lazos que, con vuestro permiso, pretendo desgranar en este pregón. Y lo haré, por un lado, sin dejarme nada en el tintero al disertar sobre tan noble asunto, y por otro sin caer en la odiosa prolijidad. Pondré en valor vuestros méritos, cuidándome mucho de poner a prueba vuestra paciencia.

Decir que Ciudad Rodrigo está en el corazón de Madrid no es una metáfora. Es la constatación de un hecho. Tres calles con nombres de ciudad parten de nuestra Plaza Mayor: Toledo, Zaragoza y precisamente Ciudad Rodrigo.

Como ha recordado vuestra concejal hace apenas unos minutos, fue el valor demostrado por vosotros, mirobrigenses, contra el francés durante la Guerra de la Independencia, la que inscribió el nombre de vuestra insigne ciudad en el corazón mismo de nuestro callejero. La chispa que surgió un dos de mayo en Madrid prendió con fuerza entre vosotros hasta el punto de que sois símbolo de la resistencia de España a desaparecer en aquella hora aciaga. Vuestras murallas aun dan testimonio de las heridas que sufristeis en aquella jornada en la que dirigió vuestra admirable resistencia el mariscal Andrés Pérez de Herrasti, descendiente por parte de padre y madre de caballeros al servicio de los Reyes Católicos.

En aquella cita con el destino, acaso la hora más grande de vuestra historia, la antigua Miróbriga frenó en seco los pies al ejército más poderoso que existía en el mundo en aquel entonces. 5.500 antepasados vuestros -hombres, mujeres, ancianos, niños- bravos como toros pusieron en jaque durante dos meses a 65.000 soldados de Napoleón. El espíritu de Numancia resucitó en este rincón castellano.

Permitidme esta pequeña reflexión: tanto Numancia, como nuestro 2 de mayo madrileño, como vuestra épica resistencia a la invasión francesa dos años después en 1810, acabaron en derrota.

Los que no nos entienden, los que no han profundizado suficiente en lo que nos hace ser como somos, hablan, a veces despectivamente, de la testarudez, de la contumacia de los españoles. Yo prefiero ver en estos hechos de armas, no solo una prueba de fiereza, patriotismo y sentido del honor sino también un adelanto, una prefiguración de la victoria. ¿O acaso no fue Ciudad Rodrigo escenario, tan solo dos años después, de la victoria de españoles e ingleses al mando de duque de Wellington, que también lo es, aun hoy en día, de Ciudad Rodrigo?

Esto es así porque derrotas como el dos de mayo de Madrid o el sitio de Ciudad Rodrigo son semillas de victoria. Y desde entonces, mirobrigenses, en vuestro día a día, siempre que alzáis la vista y miráis el rastro cruel que la artillería de Napoleón dejó en la torre de las campanas de la catedral de Santa María, si sentís un fugaz escalofrío de orgullo, estáis justificados. Son cicatrices honrosas que se ganaron vuestros antepasados. Y Madrid quiere hoy rendirles homenaje a través de mi testimonio esta noche aquí entre vosotros.

Por cierto que en la fiesta, arte y misterio del toreo también se da esta muerte honrosa, pero de eso hablaré más adelante. No quiero terminar antes de tiempo de desgranar y elogiar como se merecen la belleza de vuestras calles.

Ciudad Rodrigo ha sido siempre tierra de frontera. Junto a Tuy al norte y Badajoz al sur, formó y forma parte del rosario de plazas fuertes españolas a lo largo de la linde con Portugal, nuestra tierra hermana.

Madrid también nació siendo una ciudad fronteriza. Al principio fuimos una fortaleza que cambió de manos varias veces entre musulmanes y cristianos. Esto fue así a lo largo del siglo anterior y posterior a la toma del “Magerit” mahometano por Alfonso VI de León en 1085, y más o menos hasta que la victoria en las Navas de Tolosa hace avanzar definitivamente la Reconquista. Creo que esa es la razón de fondo que nos convierte, tanto a Ciudad Rodrigo como a Madrid, en ciudades donde se acoge a todos sin preguntarles de dónde vienen.

Y también hoy en día esta característica nuestra de ser ciudades-frontera se mantiene: Ciudad Rodrigo sigue siendo un nodo fundamental en nuestra comunicación económica y social con Portugal. En cuanto a Madrid, nuestro aeropuerto nos convierte en el punto fronterizo por el que entran en nuestro país infinidad de personas que nos visitan desde todo el planeta. Creo que estar a caballo entre dos mundos imprime en la mentalidad de mirobrigenses y madrileños cierta prevención a la hora de condenar a alguien por el simple hecho de ser “de fuera”, cierta predisposición a acoger primero y preguntar después, a abrir la puerta al que se nos acerca, a escuchar lo que tiene que decir con respeto y a hacerle sentir en casa. Así lo hace Madrid con quien nos visita y así me habéis hecho sentir desde el momento en el que he llegado esta misma tarde a esta ciudad incomparable.

Yo vengo del Madrid de los rascacielos y creedme que basta a un vistazo a vuestra ciudad para ponernos en nuestro sitio a los madrileños. Antes me he referido a Ciudad Rodrigo como un relicario de piedra y esa es la sensación de solemnidad y grandeza que transmite vuestra catedral, vuestro castillo, los palacios, las casas señoriales, las torres de vuestras iglesias y, abrazándolo todo, vuestra venerable muralla, con sus cañoneras y sus fosos en un magnífico estado de conservación que hacen volar la imaginación con las gestas de los héroes del pasado.

Cuesta creer que haya gente que invierta ingentes cantidades de dinero haciendo parques temáticos sobre las más peregrinas cosas cuando, en mitad del Campo Charro, tenemos esta maravilla llamada Ciudad Rodrigo; un lugar donde podemos recorrer la historia entera de España, desde los tiempos prerromanos a la edad contemporánea, pasando por la Hispania Romana, vuestra magnífica Edad Media, el momento álgido en el siglo XV y, por supuesto, vuestro papel en la Guerra de Independencia y vuestra actual pujanza.

No quiero terminar mi testimonio de admiración a la belleza de vuestra ciudad a la grandeza de vuestros monumentos y a lo admirable de vuestra historia, sin hacer mención a una de las más notables joyas del joyero arquitectónico de Ciudad Rodrigo: el palacio de los primeros marqueses de Cerralbo, que tiene un eco lejano, más de tres siglos después, en el palacio museo Cerralbo de Madrid. El vuestro, de sólidas y nobles líneas, con su magnífico friso plateresco, fue construido por don Rodrigo Pacheco Osorio, primer marques de Cerralbo. El nuestro de Madrid, que alberga una notable colección de obras de arte, fue levantado por el decimoséptimo marques de Cerralbo.

Y es que estos dos palacios de Cerralbo, levantándose a tres siglos y 300 kilómetros de distancia, demuestran que, en el fondo, es un mismo río, el de la historia de España, el que une y entreteje la historia de vuestra ciudad y la mía, un mismo río en el que se funden y mezclan las aguas de vuestro Águeda y mi Manzanares.

Y si Madrid tiene una calle de Ciudad Rodrigo junto al corazón de su Plaza Mayor, no es menos cierto que Ciudad Rodrigo tiene una calle Madrid también en el mismo centro, apenas a unos pasos de aquí. Y así, en esta fiesta del amor que es todo Carnaval, bien puede decirse que Ciudad Rodrigo y Madrid más que hermanadas están enamoradas, porque se llevan la una a la otra en el corazón.

***

Llegamos al tema central, se acerca el Carnaval del Toro. Para eso estoy aquí, para cantar y pregonar el Carnaval, el Carnaval del Toro, de renombre internacional.

Me habéis invitado, en definitiva, a abrirle las puertas a una fiesta. Los carnavales, como las cruces en los cementerios y las campanas en las iglesias, son un rasgo esencial a lo largo y ancho de lo que ahora se llama civilización occidental y antiguamente se llamaba cristiandad. Carnavales los hay de todos los tipos y colores, dispares entre sí como Venecia o Río. Pero, al final, su alma se explica a la perfección con los versos del salmantino Juan de la Encina:

Hoy comamos y bebamos

Y cantemos y holguemos

Que mañana ayunaremos

Cierto es que todos los carnavales son iguales y distintos, pero solo hay uno que es único, con mayúsculas. Solo uno que brilla con luz propia, con luz española en todo el mundo: el Carnaval del Toro de vuestra recia, de vuestra antigua, de vuestra hermosa ciudad.

El Carnaval de Miróbriga es distinto porque su protagonista es el icono admirable del toro de lidia corriendo por las calles medievales de una ciudad de ensueño, llena de palacios y casonas nobiliarias, en encierros y desencierros que son seguidos con asombrosa pasión desde hace siglos por el pueblo.

El toro lo empapa todo de principio a fin en vuestro carnaval: hay toros de viernes a martes e incluso, este año de manera excepcional, toros hasta el Miércoles de Ceniza, los célebres “cenizos”. Encierros por la mañana, desencierros por la tarde, capeas por la mañana, por la tarde e incluso por la noche, corridas y novilladas. El toro os hace hasta madrugar con el célebre Toro del Aguardiente, que este año me dicen que se llama “Confiado” y no es menor.

No creo que sea producto de la casualidad que desde tiempo inmemorial estéis tan profundamente unidos a este bello animal, a esta raza singular que ya habría desaparecido de la tierra sino fuera por la Fiesta. La explicación de que Ciudad Rodrigo se alce en este paraíso para el toro que son las dehesas del Campo Charro, aunque evidente, me parece demasiado material y, por tanto, solo parte de la respuesta. No. No creo que os gusten tanto los toros porque se crían bien en esta tierra. Creo de hecho que es al revés, que los toros se crían bien entre vosotros porque tenéis con este animal una afinidad especial. No olvidemos que uno de los documentos que prueba que los encierros de Ciudad Rodrigo son los más antiguos del mundo, no es otra cosa que un tirón de orejas que os dirigieron los Reyes Católicos para que atemperarais un poco vuestra pasión por correr toros.

Por mi parte, he de reconocer que, a pesar de ser alcalde de la capital mundial del toreo, no me puedo preciar de ser una enciclopedia andante de tauromaquia como lo sois la práctica totalidad de los mirobrigenses, que lleváis todo lo que tiene que ver con el mundo del toro en las venas desde que nacéis. Pero quizá el respeto y la veneración que siento por esta fiesta bien llamada “nacional”, solo atacada por los que prefieren ignorar su magia, podrá suplir mi relativa escasez de conocimientos.

Mirar Ciudad Rodrigo, con su muralla levantada contra el invasor, con su catedral dedicada a la Madre de Dios, con su castillo y con su Plaza Mayor, es como ver un icono de toda España. Y resulta que el toro de lidia es a su vez un icono sin el que España no se puede entender. ¿No dijo Ramón Pérez de Ayala que “los toros no pueden morir porque moriría España”? Hasta de manera espontánea, la silueta del toro de Osborne es una suerte de logotipo oficioso de nuestra nación, emblema reconocido internacionalmente que, muchas veces, vemos en el centro de nuestra bandera.

Nos identificamos con este icono del toro por su bravura, por su nobleza, por lo pacífico que es…. hasta que se le pica. Por su fuerza contenida. Porque no se rinde jamás. Mirobrigenses, somos una piel de toro. Y quien no entiende al toro, creedme, es porque no entiende España.

Los que entienden España hasta la médula, y la quieren como todos los que estamos hoy aquí en este Teatro Nuevo, se asombran y ponen su alma y su talento al servicio de este misterio hondo que es el toreo. Goya y Picasso son el ejemplo obvio que cierra cualquier discusión al respecto. Y un poeta enamorado de España -de la única España que existe porque en realidad nunca ha habido dos- Federico García Lorca, identificó el toreo con “la riqueza poética y vital” de nuestro país y sentenció: “Creo que los toros son la fiesta más culta que hay en el mundo”.

Amigos, voy terminando.

He hablado mucho del pasado, imposible no hacerlo en esta cápsula del tiempo que es Ciudad Rodrigo. Y también porque creo que no es posible desafiar el futuro, ni arrostrar los retos que nos trae el presente, sin tener raíces firmes y profundas que saquen savia del pasado. “Patria es lo que se transmite espiritualmente de padres a hijos”, dijo hace ya muchos años, en 1986, vuestro querido Fernando Arrabal, melillense de nacimiento, mirobrigense de corazón.

Y de eso sabéis mucho en Ciudad Rodrigo y nos dais ejemplo a Madrid y a toda España.

Ciudad Rodrigo, que todos los años mantienes en pie tus tradiciones, que todos los años haces rejuvenecer tu Carnaval del Toro, como se rejuvenece la tierra todas las primaveras.

Ciudad Rodrigo, arrullada por el murmullo de las ramas de los robles viejos del Rebollar, acariciada por el viento de la sierra de Camaces, bañada por las aguas luminosas del Águeda, abrazada por la roca de vuestras milenarias murallas…

Ciudad Rodrigo, gracias por ser un símbolo vivo y poderoso de toda España. En tu centro, una plaza sin puertas, abierta a todos. Y en tu plaza, un toro bravo.

¡Mirobrigenses, que suene la Campana Gorda!

¡Atentos al Reloj Suelto, que ha llegado el Carnaval!

¡Mirobrigenses, declaro abiertas las fiestas del Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo!

¡Viva el Carnaval!

¡Viva Ciudad Rodrigo!

¡Y que viva siempre España!

[1] De la segunda bucólica de Feliciano de Silva (1491-1554).



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