La libertad de vacaciones

 La libertad de vacaciones


Las vacaciones han ido bien. En tiempos tan convulsos y en los que la incertidumbre no deja de complicar la vida mi amiga decidió que, al igual que el año pasado, no saldría del país ni tampoco iría a ninguna playa. Esto último no le suponía sacrificio pues casi nunca lo hace, pero renunciar al vuelo, que sobre todo le lleva a entrañables ciudades europeas, sí que le costaba. Al menos en los diez años anteriores así había pateado las calles de Viena, Helsinki, Berlín y Copenhague, entre una docena de destinos más. Por eso, de nuevo cogió su coche y se lanzó sin un propósito determinado a recorrer partes desconocidas del territorio. Solo el hecho de pensarlo le llenó de gozo pues sintió de inmediato una pulsión plena de reencuentro con la libertad irrestricta. La velocidad, la soledad, el silencio, ¿la aventura?, constituyeron el horizonte de los días venideros. Además, se alejó por completo del uso odioso recomendado de la mascarilla y, claro está, del lado oscuro de los insoportables atascos.

El balance es satisfactorio. Ha hecho un recorrido de unos 1.400 Km y se ha movido por tres provincias de las que dos conocía un poco. Ha evitado las capitales y las ciudades grandes siendo sus objetivos parajes naturales, aldeas y alguna ermita. A veces, marchó a pie por sendas hasta lugares que previamente había seleccionado. Otras, se dejó llevar por intuiciones que resultaron un acierto. La mitad del tiempo estuvo sola y en las noches se dedicó a ponerse al día de aquellas lecturas pendientes: Marías, Valeria Luiselli, Juan Gabriel Vásquez, Sara Mesa… Cuando tuvo compañía fue el momento en que se acercó a fondas de pueblos que, vacíos durante todo el año, bullían de fervor estival, aun sin fiestas. Regresa pletórica, consciente de que “ha cargado las pilas” para confrontar el retorno.

Pero algo le provoca incomodidad. La víspera de regresar al trabajo lee un artículo sobre el cambio climático y los incumplimientos reiterados de lo acordado en Río (1992), Kyoto (2005) y París (2015). Lo que llama más su atención son las innovaciones que se avecinan en la industria automovilística, una de las de mayor impacto medioambiental. Si bien la pandemia detuvo su progresión, en 2019 casi alcanzó una producción mundial de 100 millones de coches. Se sostiene que el coche tendrá garantizado su carácter de icono civilizatorio. Los gobiernos apuestan por subvencionar el salto eléctrico del sector incluyendo ayudas a los consumidores que persiguen el ideal de que todos tengan un coche; la publicidad seguirá potenciando el deseo y las compañías aseguradoras incrementarán sus beneficios. Hay que mantener un modelo de vida por encima de la angustia culposa de ser un agente contaminante de manera que el automóvil, una adictiva burbuja que contorna al individuo libre, independiente y aislado, no parece estar en peligro por ahora. Entonces recordó que un día su padre le dijo que calculaba haber pasado más de cinco años de su vida dentro de un coche.



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