(…) Basta dirigir la mirada a la Universidad de Salamanca, cuna de los logros más notables de nuestra civilización. (…)

 (…) Basta dirigir la mirada a la Universidad de Salamanca, cuna de los logros más notables de nuestra civilización. (…)


 

Así nos quieren quienes dirigen y se lo servimos en bandeja. La polémica Ley Castells cuyo anteproyecto acaba de presentarse no deja de ser una pieza más en esa poderosa maquinaria programada para triturar el sistema socio-cultural, con sus vertientes política y económica, que surgió tras la crisis del Antiguo Régimen. Estamos ya demasiado acostumbrados a que todas las leyes educativas mejoren a las que anteceden. No es casualidad, no es incapacidad. Es algo que va mucho más allá porque siempre apunta en la misma dirección. El desprecio explícito de la memoria es un indicativo mucho más revelador de lo que parece. Sin memoria no hay aprendizaje posible, pero hoy la memoria ha sido proscrita, salvo que por mor de la indigencia intelectual la conviertan en histórica o democrática.

Por eso, cuando los perpetradores de leyes orgánicas y pedagogos mantenidos ponen la memoria en su punto de mira saben de sobra que están torpedeando la línea de flotación del aprendizaje. Y entiéndase bien, que la memoria, aun siendo básica, no es nuestra única capacidad. Todo es cuestión de equilibrios. Escribía Gregorio Salvador, en una de esas Terceras memorables, tan frecuentes tiempo atrás, que «la educación es fundamentalmente enseñanza, la enseñanza se basa en contenidos y los saberes se adquieren poniendo en juego la memoria, el entendimiento y la voluntad, las tres potencias [que necesariamente] ha de activar cualquier sistema educativo que se precie». Es decir, que sin esfuerzo ni memoria resulta imposible razonar, es decir, pensar y argumentar de manera ordenada y coherente.

Francisco de Vitoria, desde su cátedra en el Estudio salmantino, dijo ya en la primera de sus relecciones, dedicada al poder civil, que «la naturaleza ha dotado al hombre de la razón y de la virtud para su defensa y perfeccionamiento». Es obvio que si devalúan nuestra capacidad de razonar, vaciando sistemáticamente de contenidos el aprendizaje, reducen significativamente la posibilidad de defendernos ante la tiranía y la opresión. Va en el manual para la consecución de una sociedad distópica.

En la misma línea de progreso hacia el gregarismo está también el desprestigio de las humanidades. Las disciplinas que nos ayudan a crecer intelectualmente, a razonar y adquirir los mecanismos intelectuales de autodefensa, son minusvaloradas, cuando no ultrajadas, por un sistema en cuyos perversos mecanismos han entrado dolosamente, por ignorancia o interés, muchos profesionales de la educación. Ya está bien de considerar alumnos de segunda a los que eligen opciones de Letras o Humanidades, ya está bien de decir que la Literatura, el Arte, la Filosofía, el Latín o la Historia son asignaturas bonitas pero no sirven para nada. En su rechazo está la condena de una sociedad y una civilización que si hizo cosas grandes fue precisamente por el cultivo de estas materias. Basta dirigir la mirada a la Universidad de Salamanca, cuna de los logros más notables de nuestra civilización.

Desgraciadamente, la inversión en aquello que verdaderamente hace humana a la especie no es rentable. Las Letras o el Arte no dan dinero. Y es cierto, porque solo sirven para hacernos libres y disfrutar del goce estético. Amén, llegado el caso, de poder alzar la voz contra el ascenso de las nuevas tiranías que el necio complaciente contribuye a instaurar.





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