Lo normal, lo más frecuente, lo que hemos hecho todos –¡absolutamente todos!– es reaccionar malamente. ¡Luego nos puede costar lágrimas de arrepentimiento!

 Lo normal, lo más frecuente, lo que hemos hecho todos –¡absolutamente todos!– es reaccionar malamente. ¡Luego nos puede costar lágrimas de arrepentimiento!


 

Hace unos días me enviaron un relato, posiblemente muy visto «en las redes», que quiero comentar.

En él un hombre de edad indefinida saluda a una anciana sentada en un banco de un parque, e inician una conversación. Él la llama por su nombre y ella le dice que está esperando a su hijo, que ha ido a comprar algo y está tardando un poco. Él la dice que si no le importa hacerle compañía hasta que llegue… Y acaba el pequeño relato aclarando que así es todos los días, con aquel hombre acompañando en aquel banco a su anciana madre, que espera a un hijo que nunca estuvo tan cerca…

Un bonito relato, muy tierno, en el que un hombre prescinde de su propia personalidad para no hacer daño a su madre, que sufre el «mal del olvido», el terrible alzhéimer… ¡Ejemplar, porque los que padecen esta enfermedad –es decir, los familiares de los enfermos– deberían, en muchas ocasiones, despojarse de sí mismos para no herir a su ser querido!

Pero el relato no me parece real. No es compatible que una persona que hace tan gran sacrificio y que sabe cómo está su madre se arriesgue a dejarla en un banco, sola, para recogerla más tarde, con el riesgo de que ella se levante y se pierda, sabe Dios por dónde… La tragedia –por desgracia frecuente– puede sobrevenir en un instante de descuido.

Más real parecería si la anciana se hubiese escapado de su casa y su hijo la encuentra sentada en al banco y le dice todas esas lindezas…

¡Pero tampoco! Lo que ocurre casi siempre, cuando un anciano con alzhéimer se pierde, es que al ser encontrado sufra el ataque de nervios del familiar, que le regaña… ¡Grave error! Cuando se produce el reencuentro lo que hay que hacer es mostrar una gran alegría y darle un abrazo como si hiciese mucho tiempo que no se lo daba. Tenemos que pensar, nosotros que podemos, en la angustia obsesiva y creciente que debe sentir el enfermo –que se supone aun consciente de ello– al verse perdido, sin reconocer el sitio donde está. ¡Si a ese estado de ánimo se le suma el dolor de ser regañado, el daño en su mente puede ser grave! Os lo dice alguien que ha sufrido esos aconteceres varias veces. Gracias a Dios, entre los momentos terroríficos que viví, pensando en lo angustiada que la encontraría, supe reaccionar e hice lo que tenía que hacer, alegrándome al verla, como si no hubiese pasado nada… En todas las ocasiones tenía presente a una persona que se perdió en Madrid y la encontraron a 17 km, después de toda una noche espantosa para todos. Pavorosa para los que la buscaban, pero que debió ser aún más para ella, que ya no volvió a recordar nada, ni a andar, ni a sentir…

¿Qué hacer cuando al conyugue –o a tu padre, o madre– desde hace algún tiempo se le olvidan las cosas que tiene que hacer? Sale a la calle a lo que sea, y vuelve sin ello, sin haberlo resuelto. Y es más, ni se acuerda el porqué de su salida.

Mi respuesta es que no se le regañe nunca por no haber hecho aquello. Y si no se acuerda díselo tú como si nunca se lo hubieses dicho antes.

¿Qué hacer si repite una y otra vez alguna pregunta?. Porque ese puede ser un indicio de que algo va mal en su mente.

A esto respondo que si cien veces te pregunta lo mismo, respóndele cien veces de igual manera. Y siempre con cariño. Nunca le digas con gesto airado que se lo acabas de decir. ¡Le puede crear una confusión mental muy contraproducente!

Esto que acabo de decir es muy fácil aconsejarlo pero es muy difícil hacerlo. Se trata de un bombardeo continuo que sufre tu mente en momentos en que estás haciendo o pensando otra cosa. Lo normal, lo más frecuente, lo que hemos hecho todos –¡absolutamente todos!– es reaccionar malamente. ¡Luego nos puede costar lágrimas de arrepentimiento! ¡Ten paciencia! ¡Mucha paciencia! Recuerda lo mucho que amas a tu ser querido, que necesita tu ayuda. Y acude a un médico especialista, sin que él, o ella, sienta tu preocupación…

Y hablemos de esa ocultación de la personalidad con la que empecé esta «ocurrencia». Uno de los momentos más duros para un familiar de enfermo de alzhéimer es cuando éste ya no te reconoce. Oírle decir ¿Quién eres? es el golpe más terrible que puedes recibir. ¡Y más si sabes lo que te espera a partir de ese momento!

¿Qué hacer entonces? Aquí sí que no te puedo aconsejar, porque lo normal es que te derrumbes como si se hubiese desplomado el mundo encima de ti. Procura irte. ¡Que no vea tu dolor! Llora. Grita. ¡Pero tú solo! ¡O abrazado a otra persona, pero nunca a tu enfermo!

Perdóname, lectora, si te sientes ninguneada por esto que he escrito. Pero es que yo estoy hablando en neutro; ni masculino ni femenino. Y ahora añadiré, y no es por daros satisfacción sino porque lo sé, que cuando este golpe lo recibe una mujer, su dolor es mucho más fuerte que cuando lo sufre un hombre. ¡Eres mujer!

Os podría hablar de muchas más cosas de los familiares de enfermos de alzhéimer, y de sus ángeles cuidadores, pero lo dejaremos para otra ocasión, si os parece.





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