Americanos, os recibimos con alegría

 Americanos, os recibimos con alegría


El título de hoy viene de una joya cinematográfica en el año en el que festejamos el centenario de su creador, el inimitable Luis García Berlanga. Yo, es oír a Lolita Sevilla cantar esta copla y automáticamente tener ganas de volver a ver una película que habré visto como poco diez veces en mi vida, riéndome sin parar en todas y cada una de ellas. Y en el día en el que escribo estas líneas, precisamente el del nacimiento de Berlanga, llevo ya dos noches durmiendo regular porque sobrevuelan mi casa helicópteros y se oyen sirenas de policía sin parar, gracias al amigo americano que está de visita en esta ciudad donde vivo. Me ha dado por echar cuentas, porque es la quinta visita de un presidente norteamericano que padezco. No pretendo emular a la reina de Inglaterra que le ha estrechado la mano a catorce de ellos, pero cinco visitas presidenciales, con todos sus helicópteros y sirenas, me dan una idea de la pila de años que llevo aquí.

Yo pertenezco a la generación del “OTAN no, bases fuera”; la que gustaba de gritar contra todo lo que tuviera barras y estrellas y reivindicaba el bocadillo de calamares frente a la hamburguesa. Con la perspectiva que dan los años reconozco que estábamos bastante equivocados, y eso que ni nos imaginábamos la avalancha de hamburgueserías, incluso de altos vuelos, que se nos avecinaba, sin que el bocadillo de calamares le haya ganado jamás la partida, y menos entre los comensales menores de cuarenta años. No quiero parecer ventajista, pero a mí los americanos siempre me cayeron bien, sus ciudades y su cultura del espectáculo me parecían fascinantes y si fui a manifestarme contra las bases fue porque iban mis amigos, puro postureo, que dicen ahora. Y cuanto más he visitado los Estados Unidos (siete veces ya) y más americanos conozco, más ganas me dan de cantar la copla de Bienvenido Mr Marshall. Nos quejamos de que se las den de salvadores, pero desde la Primera Guerra Mundial, la historia ha sido ese desaguisado continuo en el que los americanos tienen que entrar de vez en cuando a poner orden.

Nuestro venerable Biden, se ha acercado a Europa esta vez a recomponer los platos rotos que dejó su predecesor (para qué nombrarlo) y ha visitado esta ciudad que, para bien o para mal es la capital de Europa, o al menos de esa Europa que presume de ser aliada de la democracia y no de los tiranos, vengan éstos por el lado que vengan. Señor presidente: le perdono los helicópteros, los cortes de tráfico, las estaciones de metro cerradas y todas las demás incomodidades porque me da mucha tranquilidad saber que están ustedes ahí, al otro lado del charco; y esta vez con cierto sosiego al mando, pasadas las extravagancias de los últimos cuatro años. Y si me quedaban dudas sobre ustedes, las despejé en dos momentos de mi vida y dos sitios diferentes: visitando el cementerio de Arlington y viendo la edad de los fallecidos y el lugar (menores de veinte años casi todos, Normandía, Francia, Sicilia) y escuchando a mi suegra el relato de la liberación de Bélgica justo el año en el que me casé con su hijo y se celebraban los cincuenta años de la misma. Dos grandes lecciones de historia, tanto la una como la otra.

Los americanos han vuelto (“America is back” que no se cansa de repetir su presidente) y esta vez sin necesidad de Plan Marshall, ni de desembarco ninguno. No estaría mal que reconozcamos que las vacunas que todos queremos, la que llegan por millones y no han dado grandes problemas de reacciones llevan una patente americana y muchos de sus dólares en investigación. Como justo es reconocer que buena parte del arte del siglo XX europeo solo se puede ver al visitar los museos americanos porque gracias a ellos se salvó de las garras de los nazis. El secreto reside en la filantropía: los millonarios americanos la practican porque de no hacerlo, los fríen a impuestos y además los miran mal; los europeos aún estamos buscando en el diccionario qué significa esa palabra y cuando a uno de los ricos del lugar le da por ejercerla, lo freímos no a impuestos si no a críticas despiadadas.

No sé si aún vendrá un sexto presidente (o presidenta) antes de que mis días en la capital de Europa se terminen; pero en cualquier caso sí, americanos, como decía la canción “que vienen gordos y sanos”, os recibimos con alegría, a pesar de reproches y alguna que otra prueba de desamor.



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