Vacunas vivificadoras

 Vacunas vivificadoras


La cita para vacunarse –tan deseada- se viene celebrando en la capital y la provincia como el canto alegre del mirlo que anuncia el fin del invierno. A pesar de la trombosis emocional generada por la confusión de las noticias sobre los efectos secundarios de la vacuna; a pesar de los Bosés y otros pájaros de mal agüero acostumbrados a vivir en el negacionismo y la alucinación nocturna de las ramas; a pesar de la inestabilidad del tiempo para esperar turno a la intemperie en una cola que los medios nos muestran interminable. Pues bien, a pesar de todo esto, los vacunados han salido de los centros de vacunación felices como perdices y con una resurrección sobrevenida que han corrido a compartir, dichosos, con parentela, vecindad y amigos. Tan contagiosa ha sido su alegría, que no puedo sino arrancarme con los versos y palmas de gloria que he encontrado en mi biblioteca para hacerme eco de la vacuna: Llegas en fin. Salamanca saluda/ a su gran bienhechor, y al punto siente/ purificar sus venas. Así, más o menos, vino a celebrar los beneficios de la vacuna contra la viruela Manuel José Quintana: uno de los poetas que encumbraron las letras y el nombre de nuestra ciudad, como miembro de aquel Parnaso Salmantino de finales del XVIII. Un siglo en el que la viruela sembró de pústulas, sombras (la ceguera era una de sus fatales secuelas) y muerte a Europa, hasta que Edward Jenner descubrió la vacuna y logró poner luz a tantos años de horrores. Poco tardó el rey Carlos IV en organizar una expedición -con su médico personal en proa- para vacunar al Nuevo Mundo. Un hecho extraordinario del que Quintana dejaría testimonio en 1806, con una “Oda a la vacuna” de la que yo he citado algún verso. Eso sí, trucando el nombre del lugar para bien servirme del poema. Está claro que lo que la vacunación ofrece, sea en la América del dieciocho o en la Salamanca del veintiuno, es purgar el bicho y regresar purificado al mundo. Los que ya lo han hecho, solo tienen palabras de gratitud para los sanitarios. Es tanto el cariño, piropeo y empatía que están dando, que a algunos les ha costado volver al silencio estrecho de su casa. Porque tan vivificante es que te pongan el vial, como que te llamen guapo.



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