Todos, todas y todes

 Todos, todas y todes


Nunca he sido yo muy proclive al lenguaje inclusivo. Pertenezco al círculo de admiradores de Clara Campoamor y si ella dijo que el lenguaje tiene que evolucionar de manera natural, al ritmo de la propia sociedad, yo me sumo a la sensatez de su criterio. Más allá de que convertir el lenguaje en un esperpento y multiplicar las palabras en vez de economizarlas me resulta tan ridículo como innecesario (una burla a los derechos y verdaderas necesidades de la sociedad), creo como Clara, que hay asuntos que requieren mucha más atención que la obsesión por transformar nuestras conversaciones de una manera tan forzada como incómoda de utilizar. El otro día escuché un breve discurso en un acto de campaña de la ministra de Igualdad -que anda volcada en la campaña de Madrid, como todos los políticos nacionales e incluso los independentistas- y me quedé perpleja. En un primer momento pensé que era un vídeo falso para perjudicar a lrene Montero.

Lo vi varias veces. Lo escuché las mismas, sin perder ripio. Y al comprobar que era real, me llevé las manos a la cabeza.

El acto en cuestión, compartido, cómo no, con su pareja y ahora candidato de Unidas Podemos a la presidencia regional de Madrid, Pablo Iglesias, se desarrolló con colectivos LGTBI. Y tuvo muy poco contenido, la verdad: apenas los mismos tópicos de siempre y la guerra de guerrillas contra los adversarios políticos a quienes, sin duda, consideran enemigos de trinchera. Pero nada más, porque, literalmente, no cabía. La ministra cada dos por tres hablaba de las niños, niñas y niñes, de los hijos, hijas e hijes, de los escuchados, escuchadas, escuchades o los uno, una, une… Era tal el disparate, que al principio me provocó cierta hilaridad.

Luego, al pensar en que alguien pudiera imponer ese lenguaje inclusivo en los exámenes de los colegios, se me quitaron las ganas de risas: ¿se dan cuenta de que no habría tiempo ni para desarrollar las ideas y que se destrozarían los más bellos textos? Sé que los colectivos LGTBI incluyen personas igual de cultas y sensibles que todos los demás, a las que este método de inclusividad les resulta un insulto para su inteligencia.

Y también que por mucho que lo empeñe Montero, son muchas las personas que pertenecen a estos colectivos que no se sienten representados en este modo de utilizar el lenguaje, que acabará por modificar el comportamiento de todos (todas, todes), en ese bucle de corrección política que no vende más que humo, huma o hume… Por cierto, ministra, ¿lo de empezar con el masculino tiene algún resto de “machismo heteropatriarcal”? Hágaselo mirar…



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