Pin ortográfico

 Pin ortográfico


Desde adolescentes, en que frecuentamos su lectura, siempre nos sorprendió uno de los poemas incluidos en el título –conocido en todo el mundo– de ‘El Profeta’, el hermoso, sensible y sabio libro del poeta libanés Khalil Gibran (1883-1931); el poema titulado “Hijos”:

“Vuestros hijos no son vuestros hijos. / Son los hijos y las hijas de la llamada de la vida a sí misma. / Vienen a través vuestro, pero no de vosotros. / Y, aunque estén con vosotros, no os pertenecen. / Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos. / Porque ellos tienen sus propios pensamientos.”…

Viene esto a cuento de un determinado tipo de pin cavernario que se quiere instalar en nuestro sistema educativo. Por algo se empieza, para hacernos retroceder hacia estadios que creíamos superados por fortuna, pero que corremos el peligro de que no sea así.

Y, encima, expresadas tales propuestas de modo deficiente, en los planos de la ortografía y de la sintaxis, que no superarían cualquiera de las evaluaciones de los primeros cursos de la educación secundaria obligatoria.

Los hijos no son nuestros –indica sabiamente el poeta Khalil Gibran–. Vienen a la aventura de la vida a través de nosotros. Pero no nos pertenecen. Se pertenecen a sí mismos. Son un proyecto vital que, en el devenir del tiempo, habrá de ir perfilándose y concretándose, de modo libre y no a partir de coacciones, cerrazones ni de cualquier tipo de pin restrictivo.

Porque lo que necesitan quienes se sitúan en tales perspectivas negacionistas (de todo tipo) es más bien un pin ortográfico, que da acceso a la vía de la cultura, de la expresión abierta, inteligible y fraternal.

Lo que necesitamos todos es el pin de la gramática de la tolerancia. No pronunciar la palabra ‘libertad’ en vano, sino de verdad practicarla, siendo tolerantes con los otros, con los que no sienten ni piensan como nosotros.

Porque aquí cabemos todos. Hemos de poder caber todos. Por eso sobra cualquier ley del embudo, que enfoque a la ciudadanía hacia callejones sin salida, como son los de los tiempos en blanco y negro, marcados por tantas grisuras, en los que hasta respirar parecía imposible.

Hemos de eliminar cualquier tipo de pin innecesario. Y hemos de practicar ese pin de la gramática de la tolerancia, del poder ser y existir todos, del poder aceptar las perspectivas de los otros, del poder dejar que nuestros hijos e hijas no vivan atenazados por los moldes –tantas veces tan estrechos y asfixiantes– que les ponemos los padres.

Qué demás está ahora, en este avance del siglo XXI hacia un futuro siempre incierto pero también esperanzador, proponer un tipo de pin excluyente y castrador de la libertad de los individuos en pleno proceso formativo.

Porque los hijos y las hijas no son nuestros, son de la vida, son del mundo. Y han de ser lo que ellos quieran ser, lo que ellos decidan ser. No lo que tengan proyectado para ellos sus progenitores.

 



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